Narcotraficantes por doquier

30 de diciembre 2025 - 03:06

No hay semana en la que los medios de comunicación no informen del desmantelamiento de una red de narcotraficantes, ya sea de hachís o de cocaína, o de ambas sustancias a la vez. Labor encomiable de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, Vigilancia Aduanera incluido. El domingo 28 de diciembre, Gloria Sánchez-Grande volvió a estar enorme en la entrevista que le hizo a Julio Verdú Baeza. Por cierto, Jesús y Julio, dos grandes que le dan esplendor a la Ciudad de la Bahía.

Señala Gloria que el inspector jefe del Servicio de Vigilancia Aduanera (que acaba de publicar El Sótano, novela verosímil) conoce como pocos los entresijos del narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar. Y apunta a la convivencia social con el dinero de la droga en una comarca convertida en ombligo del mundo.

No les falta razón a la periodista-escritora ni al funcionario de Aduanas. Debido a mi profesión, escucho con harta frecuencia hablar de la existencia de narcoabogados para referirse a quienes profesionalmente defendemos a personas acusadas de traficar con sustancias tóxicas, psicotrópicos o estupefacientes. Pero no escucho a nadie decir que quienes defendemos a personas acusadas de terrorismo –islámico o antes a etarras– sean o terroristabogados. Tampoco leo que los abogados de los agresores sexuales sean agresoressexualesabogados. Quienes así se refieren a las personas que ejercemos la abogacía se olvidan de que el artículo 24 de la Constitución impone –sí, impone– que todos tienen derecho a la defensa y a la asistencia de letrado (y a la presunción de inocencia). Y no excepciona a nadie, manque sea el más vil de los asesinos.

Por esa inadmisible regla de tres, si los abogados que defienden a narcos son narcoabogados, los dentistas a los que acuden los narcos (porque a los narcos también les duelen las muelas o se ponen los dientes bonitos) son narcodentistas. Y los restaurantes a los que van a comer los narcos son narcorrestaurantes, las panaderías donde compran el pan cuando los narcos comen en su casa (que alguna vez comerán en su casa, digo yo) son narcopanaderías y las gasolineras donde cargan las petacas que últimamente tanto se incautan son narcogasolineras. Y así ad infinitum…

O sea, todos, de una u otra forma, convivimos socialmente con el narco. Verdú (Julio) tiene razón.

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