Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Cuando el ridículo es inevitable y las vergüenzas privadas se evidencian públicamente, el narcisista tiembla.
La única opción es restar importancia, pero cuando eso ocurre el ególatra queda desnudo y su única túnica facial es una máscara patética. Es entonces cuando el remanente de dignidad aparente, sustentado en la importancia del cargo, hace su trabajo. La expresión que mejor retrata el escenario es: "tierra, trágame".
No saber dónde meterse porque no hay posibilidad ni espacio donde hacerlo es quedarse desnudo ante la risa pública, y la risa, a diferencia del entendimiento, es patrimonio fácil de propios y extraños, y eso al narcisista lo achicharra porque se centra en el epicentro de su ser. Cuando las vergüenzas saltan por los aires, el daño está en que evidencian la realidad de la postura, y para un narciso, la postura lo es todo, con el agravante de que todo humor aplicado se convierte al instante en agravante, como si un agujero negro se tragara el disolvente que el humor utiliza para exculpar a quien se ha quedado en pelota picada.
No hay muñeco más patético que quien ha sido desposeído de la apariencia. Trampa mortal del narcisista provocada por las pestañas postizas y largas que le han impedido ver que, para ser infalible, debería tener el poder de ser invisible, cuestión que acerca a nuestro presidente del Gobierno a la categoría de "tontingenuo", pues se evidencia su creencia en un relato imaginario autofabricado que ha acabado creyéndose. La tragedia es que se ha hecho evidente y, en ese tránsito, se contrastan y revelan los adjetivos asignados que toman color tragicómico: trágico, porque la verdad lo es siempre y en todo caso, y cómico, porque el disfraz queda evidenciado como un recuerdo falso que nunca fue.
El espectador asiste atónito y divertido a la bufa, y no es que los bufones emitan el escarnio, es que son ellos mismos bufón y bufa, arte y parte. El peloteo y la vacuidad hacen entonces acto de presencia y se manifiestan en todo su radiante esplendor ante los tres mandamientos del manual del buen pelota: no hacerse el ofendido, relativizar la realidad y negar la mayor conectando la evidencia al tiempo pasado que, si fue mejor, es porque no estaba relativizado. El presente se convierte, pues, en realidad nebulosa al no haber pasado por el filtro de la relatividad.
Pero lo que mata al narcisista es la risa que provoca en la mayoría social, que cuando le mira ya no ve un disfraz, sino un muñeco tan desnudo como común, sin un apellido ilustre que generase alguna duda al menos.
El muñeco vulgar con apellido común, lanzados al viento de la risa y la burla, dispuestos para la elaboración del cómico de turno, cuando los adjetivos son los ingredientes. No me negarán que no son cómicos: "pájara" para referirse a la ministra de Defensa. "Page, que deje de tocar los cojones". "Cuñadismo" en relación a Iglesias.
Es desternillante y tan castizo como simple lo que lo hace genial, generado por un limitado intelectual, lo cual añade un morbo inevitable en la plebe. Es la difusión extensa de la mácula lo que mata al narcisista.
Habrá que estar atentos al programa de José Mota en fin de año.
Nuestro presidente ha traspasado la realidad desnudo, como los hijos de la mar. Un mar de lágrimas de risa. Nunca lo hubiéramos imaginado.
Urdangarin fue pionero. Ni siquiera en esto ha sido original.
Los extremos acaban tocándose.
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