Cuando se entra en el mercado de abastos de Tarifa, por la plazoleta de San Julián, las dos puertas de acceso parecen invitarte a un zoco magrebí. Así las diseñó a principios del siglo pasado, el arquitecto José Gómez Barrero, que transformó un antiguo convento en el hermoso mercado actual, dándole un estilo mozárabe como homenaje a la importante presencia del islam, en la historia de Tarifa. Nada más entrar, topará con la cola de la pescadería “Joselito”, el puesto más concurrido, en donde encontrará una bancada de productos del mar que, si Velázquez la hubiera pintado, sería hoy una joya del Museo del Prado. Las hermanas Mari e Inma, con Joselito Mandunga al frente, se afanan por atender rápido y bien a los clientes, ofreciendo lo mejor de las lonjas de Tarifa, Conil y Barbate. Pasando al antiguo claustro, encontrará el corazón de la plaza. En el fondo, reina Virginia que es simpática, hasta con la pantalla de seguridad puesta. Por delante tiene un hermoso bouquet de frutas y verduras que ofrece con garbo y es una experta en infusiones naturales. Tiene como escudero-becario a uno de sus hijos que progresa adecuadamente. Enfrente, en la parte de carnicería, está Pepe. Persona seria y cordial, maneja los cuchillos con la destreza de un cirujano y te enseña partes de la anatomía del cerdo que ni sabes que existen. Además, te aconseja la receta adecuada para cocinarlo. La charcutería de Lozano abre el apetito a cualquier hora del día. Existen también puestos de ropa y una floristería.

Si quiere tomarse un descanso, los modernos lo llaman hacer un kit-kat, puede sentarse en el bar del mercado a desayunar. Un secreto: por la noche fuera del horario de mercado, el bar abre con unas buenas tapitas de pescado. Los días de levantera, se está allí divinamente. Ya fuera de la plaza, hay que visitar el almacén “Curro Villalta”. Tiene el récord mundial de venta de productos, en el menor número de metros cuadrados de establecimiento. Isidoro y María Jesús una pareja con sueño gaditano, trabajan con denuedo para ofrecer a sus clientes, desde una buena conserva de melva local, hasta productos de la cocina japonesa. Un simpático “león” de San Mamés, trasiega sin descanso, desde un almacén externo, para reponer las vitrinas. Ya sólo queda visitar a Felicidad, mi panadera de culto. Si está con la flojera veraniega y pasa de la cocina, “Manoli”, “La Marina” o “La Herrería”, cocinarán por usted y si por el contrario desea hacerse un máster-chef, los cursos de “Helena Kitchen”, lo pondrán al corriente. Tarifa es un paraíso, también gastronómico

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