En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
En un intento de cristianizar la celebración pagana de los romanos en honor a los espíritus de los muertos que regresaban para acechar a los vivos, la Iglesia Católica estableció el día de Todos los Santos. Teniendo en cuenta que los santos ya canonizados son conmemorados en una fecha concreta del año, la Iglesia reservó este día para homenajear a todos aquellos que tras haber superado el purgatorio, gozaban ya de la vida eterna bajo la presencia de Dios.
El día de Todos los Santos se inicia en el siglo IV d.C. con la gran persecución de Diocleciano, la última y más sangrienta de las diez que se llevaron a cabo desde el gran incendio de Roma bajo el gobierno de Nerón. Tras esta persecución fue tal el número de cristianos muertos que no era posible rendir honores a todos ellos y entre los dirigentes eclesiásticos se llegó al compromiso de establecer una fecha para hacerlo de manera conjunta. Antes de que el concepto de santidad se comprendiera tal como se hace hoy, la Iglesia solo reconocía a los que habían pasado la prueba de santidad: los mártires. Más adelante, se añadieron a aquellos que no habiendo entregado su vida de manera violenta, sí que confesaron su fe en Cristo en condiciones adversas. A estos se les llamó “confesores”. Por último, la Iglesia se hizo menos exigente y empezaron a recordar en la Liturgia y llamar “santos”, a quienes habían llevado una vida intachable y un seguimiento ejemplar de la doctrina Cristo.
El Panteón de Agripa, construido en la época romana para adorar a todos los dioses, se transformó en iglesia cristiana cuando el papa Bonifacio IV lo consagró a Santa María de los Mártires y lo dedicó a la memoria de todos los santos. Paradójicamente una edificación del mismo imperio que había perseguido y asesinado a tantos cristianos se utilizó para poner bajo el amparo y patronazgo de la Virgen María a todos aquellos que habían muerto de manera violenta en el nombre de Cristo.
Hasta hace pocos años, la festividad de Todos los Santos era una conmemoración de respeto y recuerdo, hoy, la ha sustituido un infantilizado sucedáneo, Halloween, que aúna lo terrorífico con el cachondeo. Ya saben… ¡Truco o trato!
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