La esquina
José Aguilar
Salazar no es un dictador luso
Es su nombre, aunque todos lo apocopan y la conocen como Mavi. Nació en un pueblo de la meseta norte, un pueblo frío en invierno, pequeño, con pocos habitantes y menos futuro. Joven, se marchó a Madrid para buscarse la vida, y por la capital anduvo arrimando el hombro en su casa hasta que la familia puso rumbo a Valencia, donde recalaron sus hermanas y han hecho vida, hasta hoy. Ella, no. No se marchó al Levante porque para cuando les llegó el momento de hacer las maletas nuevamente y reiniciarse a orillas del Mediterráneo, ella ya se había enamorado. Se casó, se quedó atrás, y hasta la fecha, junto a su marido, Anand, alto, de pelo blanco, con sus tres idiomas y sus vidas pasadas. Él es de la India, pero emigró a Estados Unidos y desde allí, a España, donde conoció a Mavi. Llevan juntos más de cuarenta años. Y he conocido a pocas personas que, después de tanto tiempo, sigan tan enamoradas. Los ves mirarse y te planteas si no hay cámaras cerca, y directores, y guionistas, iluminadores y ayudantes de producción. Parece una película. Pero es real. Abrieron un vídeo club en los ochenta, pero al negocio se lo comió la vida moderna, internet, y lo tuvieron que reconvertir a una cafetería cuando llegó el euro. Y ahí siguen, en turnos partidos. Ella cocina como los ángeles. Él es un manitas. Tienen una hija hermosísima, que ha sacado lo mejor de cada uno y que va para treintañera, educada y trabajadora. Mavi abre a las siete de la mañana. Anand le toma el relevo a las cuatro de la tarde y extiende la jornada hasta más allá de la medianoche. Os veis poco, les digo. Tan sólo cuando cierran, el domingo por la tarde. Pero soñamos juntos, me responden. Y se siguen mirando con un amor que no hay poetas capaces de cantar. Aspiran a jubilarse de aquí a un par de años, porque de momento no les salen las cuentas, con lo poco que les quedaría de pensión. Llevan pagando toda la vida, esforzados, sacando horas para verse. Pero a mí me siguen pareciendo dos adolescentes que empezaron su relación la semana pasada. La llaman Mavi, pero cuando los veo a ambos juntos, pienso que la Maravilla, en mayúscula, es que estas dos personas sigan en pie frente al mundo, y que se sigan besando de esa manera cuando se turnan, siempre a las cuatro de la tarde, la hora más feliz para ellos.
También te puede interesar
La esquina
José Aguilar
Salazar no es un dictador luso
Manual de disidencia
Ignacio Martínez
Pues es mentira
Por montera
Mariló Montero
Prostisoe
La ciudad y los días
Carlos Colón
La realidad empeora a Torrente