cajón de sastre

Nicolás Barroso

Con las manos atadas

CADA primavera se producen dos milagros estéticos. Uno es el brote del azahar que llenando las calles con su aroma embriagador, anuncia la primavera. Otro es, a la luz de un farol callejero, la sombra etérea proyectada en la pared por la imagen de un hombre erguido con una larga melena y una túnica hasta los pies. Está en la calle el Cristo de Medinaceli.

Hay gente que se sorprende todavía de ver la multitud de personas que caminan detrás de esa imagen o suben las cuestas de San Isidro, cada primer viernes de marzo. Son hombres y mujeres que, superando la vergüenza o el pudor de que todos los miren, están ahí en cumplimiento de una promesa, su promesa. Muchos se preguntan la causa de que esta advocación sea tan querida, en cualquier punto de nuestro país. En mi caso, recibí de la fe de mis mayores la veneración al Medinaceli desde que tuve uso de razón. Al cabo de los años he reflexionado y pienso que la fuerza icónica de la talla, está en sus manos atadas.

Con las manos atadas está la madre joven a la que han diagnosticado esa enfermedad de nombre pavoroso, que le ha cambiado su horizonte de vida, para siempre. Con las manos atadas están esos jóvenes que han terminado su formación y tumbados en el sofá de la casa paterna esperan, en el desespero del no encontrar ningún trabajo. Con las manos atadas están los abuelos a los que un yerno mentecato, no les deja ver a sus nietos. Con las manos atadas está la anciana que no tiene más compañía que una ristra de dolores que van en aumento. Con las manos atadas está la madre que ve como un hijo suyo sin saber cómo, ha caído en una adicción y no sirve de nada lo que le dice. Con las manos atadas está aquel que está viendo que la empresa donde trabaja va fatal y puede perder su trabajo, de un momento a otro. Con las manos atadas………

A todos ellos Jesús de Medinaceli, parece decirles: Acudid a mí que tuve las manos atadas como vosotros y os ayudaré en vuestra tribulación. Porque hay veces que solos, no podemos. Porque no somos perfectos. Porque hay veces que todas las puertas humanas se cierran. Porque hace muchos siglos me subí a una montaña y os anuncié que precisamente por vuestra desgracia erais bienaventurados. Y allí arriba estoy, en San Isidro, y a mi lado brilla la Esperanza.

Aunque todavía no ha brotado el azahar, una circunstancia gozosa hace que podamos verlo de nuevo entre nosotros. Sale en procesión el Cristo de Medinaceli. Estará en la calle, de nuevo, el Señor de Algeciras.

(Dedicado a Pepe Romero)

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