Hace un par de semanas les hablaba de la ropa que acaba tirada en el desierto de Atakama, amén de en otros lugares del mundo, porque consumimos más moda de la que necesitamos. Pero, ¿sabemos dónde acaban nuestros residuos electrónicos? Los datos son apabullantes. En 2022 se gestionaron en España 118.000 toneladas de residuos electrónicos, incluyendo tanto aparatos eléctricos como electrónicos (RAEE). Dicha gestión implica la posibilidad de dar una segunda vida a estos residuos.

Si consideramos el volumen total de residuos gestionados, lideran las cifras la Comunidad Valenciana, Andalucía y Cataluña, según datos de la Fundación ECOLEC. Es fundamental divulgar entre los ciudadanos que un dispositivo electrónico es un residuo y que debe reciclarse para que la economía circular tenga protagonismo en nuestra sociedad. La digitalización y el avance de la tecnología suponen una nueva forma de impacto sobre la naturaleza si no se gestionan y reciclan de forma correcta. Se calcula que en 2050 puedan producirse en el mundo 100 millones de toneladas de este nuevo tipo de basura (la tasa de reciclaje actual no llega ni al 20%). En España, el Real Decreto del 25 de febrero de 2015, siguiendo la normativa europea, ya establecía una serie de normas aplicables a los fabricantes de estos productos y otras relativas a su correcta gestión ambiental. En 2023, la Comisión Europea lanzó una consulta pública en línea sobre la evaluación de la Directiva sobre residuos de aparatos eléctricos y electrónicos que concluyó en septiembre. Legislación existe, entonces, ¿cómo se explica que Europa exporte ilegalmente 1,1 millones de toneladas de basura electrónica a África y Asia?

Los vertederos en países en desarrollo suponen un grave riesgo para la salud humana y medioambiental. En Agbogblashie, un barrio pobre de Accra, la capital de Ghana, sigue existiendo uno de los mayores vertederos (60 hectáreas) de RAEE del mundo a pesar de que en 2021 las autoridades de este país lo desalojaron de forma violenta. Sin embargo, cientos de mujeres, hombres y niños sin otra solución para sus vidas volvieron allí. Viven rebuscando entre esta basura metales (60 elementos de la tabla periódica pueden encontrarse en la electrónica compleja) para vender por poco dinero como materias primas. Sus métodos de extracción, en sí mismos, ya son un enorme riesgo para la salud. Por ejemplo, comer un huevo de las gallinas que están en libertad cerca del vertedero supone ingerir 220 veces más dioxinas cloradas de las permitidas a diario por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria. Por otro lado, EEUU ya en 2014 exportaba más del 50% de su basura electrónica a países pobres de Asia (9 millones de toneladas al año). Y EEUU y China generaron en 2019 un total de 17 millones de toneladas de este tipo de basura. El transporte de basura electrónica a miles de kilómetros de donde se produce se sigue realizando a pesar del Convenio de Basilea, en vigor desde 1992, que regula los movimientos transfronterizos de desechos peligrosos y obliga a la gestión y eliminación ambientalmente racional de estos residuos. Entonces, ¿qué estamos haciendo mal?

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