Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
SIN duda alguna, de entre todas las religiones, la católica es de las más pródigas a la hora de incluir en su ideario elementos mágicos (ellos los llaman misterios) destinados a impresionar a sus feligreses. La transubstanciación (conversión del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo), la Santísima Trinidad (un solo Dios y tres personas divinas), la Encarnación de Jesucristo en el seno de la Virgen… y otros muchos prodigios que a falta de explicación racional, solo son asumibles por medio de la fe.
La Semana Santa además de ser un tiempo de intenso fervor religioso, es la genuina manifestación de un misterio católico quizá más prosaico pero no menos interesante: la adoración de las imágenes. En el Éxodo se dice: "no te harás imagen ni de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra", lo que viene a sugerir que a Jahvé le ponía de los nervios eso del culto a los ídolos (al punto de romper, cabreado por la fiesta que hacía su pueblo a un becerro de oro, las dos primeras tablas de piedra que entregó a Moisés en el Monte Sinaí) y, en consecuencia, introdujo tal prohibición en los Diez Mandamientos de los que, tras mucho hacerse rogar, entregó una segunda versión. En el Nuevo Testamento el rechazo a la idolatría no cambia y es en especial el apóstol S. Pablo quien más inquina demuestra hacia los iconólatras: "…su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría" (Hechos 17:16). ¿A qué se debe entonces, el entusiasmo que despiertan entre los católicos esta desmesura de fetichismo que son los desfiles semanasanteros de cristos, vírgenes y santos? Paradójicamente las procesiones de hoy tienen su origen indirecto en la crítica de un tan obstinado como cabal monje alemán, Martín Lutero, a la frivolidad, la desfachatez y el enriquecimiento -con el timo de las bulas eclesiásticas- del clero y -sobre todo- las altas jerarquías de la Iglesia (la misma corrupción con la que, por ejemplo, unos políticos, ahora, se ha apropiado de Andalucía). Lutero empezó a luchar contra tal degradación al clavar sus famosas 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg y terminó con la Reforma - la creación de la primera Iglesia protestante- en la que el individuo, leyendo la Biblia, se relaciona directamente con Dios sin necesidad jerarquía eclesiástica interpuesta. Como era previsible Roma puso el grito en el cielo al ver que se le acababa el chollo y respondió, a través del Concilio de Trento y -para nuestra vergüenza- con el apoyo incondicional de Carlos V, con la Contrarreforma. Si Lutero consideraba a los creyentes lo suficientemente maduros para entender las Sagradas Escrituras y así dialogar con Dios, la Iglesia Católica, en cambio, opinaba que las mentes de sus feligreses eran tan simples que necesitaban de las imágenes para poder entender y venerar a Dios. Tal como ha pasado en Andalucía (la reacción contra la podredumbre política ha sido pasar de la izquierda… a la izquierda radical) la contestación a Lutero fue: "si no quieres arroz toma dos tazas" y se crearon la censura, la Inquisición y… los desfiles procesionales. Desde entonces, unos países siguieron católicos y otros se hicieron protestantes. ¿A cuáles les ha ido mejor?
También te puede interesar