Fe de vida

18 de octubre 2025 - 03:05

El asunto daría para alguna que otra chanza de humor negro porque el señor se llamaba Antonio Famoso, llevaba 15 años muerto y el personal se enteró el otro día, cuando la Policía encontró su cuerpo momificado en su apartamento. Solo la contradicción y la paradoja típicamente españolas pueden explicar que una persona apellidada así muera sola, e insisto que la España del vermú puede echarse unas risas un momento, pero esta España también se para, reflexiona y concluye: el tema tiene, en realidad, poca gracia.

En lo ocurrido encontramos, por un lado, la rumorología y, por otro, la certeza. Se dice que Antonio, que hoy tendría 86 años, abandonó a su familia hace 30, pero se sabe que su cuerpo ha aparecido en la cama entre palomas muertas, insectos e inmundicia; se dice, y qué más dará, que era un tipo extraño, “que se echó a perder”, pero se sabe que no lo han encontrado hasta que a su vecino de abajo le salió una gotera y, claro, le comenzó a joder la existencia. La realidad es que no nos importa quién vive encima de nosotros hasta que se nos filtra el agua en el salón o te ponen AC/DC cuando estás intentando dormir al niño.

En este asunto encontramos también la estupidez y la perversidad, ambas cometidas por el sistema: estupidez, porque durante 15 años el cadáver de Antonio ha seguido recibiendo su pensión de jubilación; perversidad, porque el dinero entraba en la cuenta, pero también salía: recibos, gastos de la comunidad domiciliados y hasta un embargo. Los vecinos pensaban que se había ido a una residencia, que alguien pagaba todo aquello. Bajo pensamientos y creencias disfrazados de justificaciones se refugian aquellos que precisamente piensan muy poco. Claro que queda mal salir en la tele y decir: “¿Antonio, el del sexto? Me la soplaba”.

La muerte de Antonio es el fracaso de un bloque de pisos que es una alegoría de la sociedad: España es un país en el que te multan por dejar al chihuahua atado en la puerta del súper pero un viejo puede morirse en su casa sin que nadie lo sepa y no pasa nada. Parece que la discreción penaliza, así que animo a la parentela a molestar un poco al vecino cuando envejezcamos para que sepa que seguimos aquí: abrirle algún grifo, cagarle en la puerta, robarle el chihuahua. Cuando note que la vida le es de repente demasiado placentera, tal vez golpee nuestra puerta extrañado, no obtenga respuesta, llame a la Policía y esta encuentre nuestro cuerpo inerte todavía digno. Así alguien se acordará de nosotros, aunque solo sea porque fuimos ese vejestorio que durante años le tocó las narices.

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