Estreno en Venecia

11 de octubre 2025 - 03:06

Caemos hoy en un vicio que parece inexorable: contratar para la boda a la empresa audiovisual más cotizada. Se ve que los videógrafos y los fotógrafos de nupcias deben tener en estos tiempos diligencia de director de Óscar o de expositor en la World Press Photo porque la espera se ha convertido ya en algo demasiado sólido. Hace algo más de un mes, cuando el Festival de Venecia, me decepcionó no ver en cartelera la presentación del corto de las mías y me dio por pensar que quizá estaban aún en eso de la petición de las subvenciones al ministerio. Subvenciones para la edición, claro, porque grabar se graba con dos camaritas y los actores, que son los novios y los invitados, en lugar de cobrar apoquinan. Hoy existe un error mayor que votar a mis Patriots o tratar de ponerte una rayita en una comisaría (ocurrió el martes en Granollers), y es caer en el círculo vicioso de las exquisiteces de las bodas, que tienen más de festival de influencers que de sacramento.

Nosotros entramos en él feliz y cínicamente, y del día de nuestra boda jamás me olvidaré porque Olimpia era un ángel y las epifanías no se olvidan. Además, salió todo como el Concierto de Año Nuevo, que es evento infalible. No obstante, del proceso previo al casamiento siempre recordaré también aquel otro día que nos presentaron las novedades de la temporada en la finca donde lo celebrábamos. Nos metieron a 25 parejas en una sala con una luz timidísima. Había un tipo que parecía el Mago Pop, que nos decía, con banda sonora de fondo: “Después del banquete, la sed no se va, y si no te apetece una copa… ¿qué tal un cóctel?”. Y señalaba a una esquina de la habitación en la que emergía iluminada una barra de margaritas. “Oye… ¿y qué hay de algo dulce? ¿Tal vez unas chuches?”. Y toma candy bar en el ala oeste. “Habrá que inmortalizar este día tan especial, ¿no? Detrás de vosotros…”. El photocall. Con cinco o seis pijadas de atrezzo.

Nunca llegué a saber si había asistido a la presentación de los servicios de la boda o del iPhone 20. De semejante espectáculo salí tan sobrepasado que por un momento creí que de segundo había escogido regalices y para la fiesta había contratado un Solomillo Bar. Ay… Hace tanto ya. El día que reciba las fotos y el vídeo de la boda me veré en ellos como alguien demasiado joven, ya desconocido, perteneciente a un bonito pasado que evocar proustianamente. Deberíamos haber cogido el photocall, me cago en la puta.

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