Esperanza e incredulidad

La Línea de la Concepción es una localidad alegre, optimista por naturaleza pero también por necesidad. Como ciudad joven que es, parece que quienes en ella residimos, todavía estamos en la alegría de la infancia y en el optimismo de la adolescencia que se quieren comer el mundo. Aunque como el gato escaldado huye del agua fría, nosotros levantamos la ceja con incredulidad. Los nueve años de negociaciones alimentan la incertidumbre.

A lo largo de la historia hemos escuchado cantos de sirenas llenos de promesas y mejoras para este rincón al sur del Sur, olvidado por administraciones de todo signo y pelaje político a lo largo de muchas décadas.

En el mundo han caído muchas cercas que separaban más que la de Gibraltar, como el muro de Berlín. Pero yo me encuentro entre los incrédulos. Casi toda mi familia participó en la diáspora de 1969 provocada por el cierre de la frontera y, a la vez, muchas amistades quedaron rotas al otro lado de la Verja. La boca y los titulares patrióticos llenaron entonces de esperanza a La Línea. Sin embargo, fueron puras falacias, mentiras y cartón piedra.

Por supuesto, al final del presente proceso las firmas tendrán que ser las de Reino Unido y la Unión Europea, pero debe existir un canal directo con La Línea, como reivindica Juan Franco, el alcalde de nuestra ciudad.

No he leído la letra grande, ni tampoco la pequeña. Los políticos retuercen las palabras dichas y escritas, empezando por las que ellos mismos proclaman, por tanto desconfío de todos ellos. Como santo Tomás necesitamos ver y tocar para empezar a creer que se está avanzando hacia un futuro compartido y mejor para toda la zona y en especial para La Línea de la Concepción. Pero para eso, este pueblo debe tener voz directa porque los intermediarios distorsionan la realidad.