Un café con Paula

Paula Igartua

Efectos de la pandemia en la sociedad

Durante el estado de alarma todos hemos tenido una identidad social definida; la lucha frente al virus era un punto de unión fuerte

Paula Igartua.

Paula Igartua.

Desde que comenzó el estado de alarma y el confinamiento hemos escuchado hablar más que nunca de la importancia del trabajo en equipo, la solidaridad, el altruismo, la pertenencia social… todas ellas necesarias e imprescindibles para hacer frente a una crisis como la vivida.

En el mes de marzo vivimos una situación crítica y de desesperación. En dos días nos vimos avocados a un cambio social de gran calado, ante el que nos asegurábamos que nada volvería a ser como antes.

Los cielos se hicieron más azules, el aire más puro, el agua más limpia y los animales fueron capaces de pasear por la gran ciudad. Parecía que la naturaleza nos había mandado un alto al fuego para poder respirar y que saliéramos de ésta con la lección bien aprendida. Mucho se habló de la necesidad de cambio social y la capacidad de cambio del ser humano tras vivir esta crisis mundial y transgeneracional. Pero la realidad es que ahora que todo está recomponiéndose parece no haber cambios notables en cuanto a nuestra conciencia social. Y probablemente podemos incluirnos muchos en este saco, lanzar una crítica fácil al prójimo nos ayuda en el día a día a tapar nuestra falta de implicación. Esto en psicología se explica por el sesgo de la falsa peculiaridad, nos sentimos diferentes al resto.

Durante el estado de alarma, todos hemos tenido una identidad social definida, la lucha frente al virus era un punto de unión fuerte que ha hecho que sintiéramos una fuerte pertenencia a la sociedad española en general. Esto ha implicado en gran parte la creación de una mentalidad grupal o colectiva, ya que era difícil salirse de lo normativo (lo legal) sin destacar. Hicimos mascarillas con los retales de casa, aplaudimos juntos, nos miramos con vecinos que nunca habíamos visto, las grandes empresas se pusieron a disposición del grupo… muchos fueron los que se sintieron parte de algo y lo suficientemente importantes como para arrimar el hombro. La explicación es sencilla, íbamos en un mismo barco, apenas había diferencias en nuestra situación personal. Un país parado, encerrado y 24 horas escuchando a los medios de comunicación hablar de unidad. Aunque creamos que los medios “a mí no me afectan”, sí que lo hacen, otro sesgo psicológico, el de la tercera persona, tendemos a pensar que los medios afectan más a los demás que a mí.

Sin embargo, la desescalada, las fases por provincias y la vuelta a la normalidad, inevitablemente nos diferencian y disminuye esa sensación de pertenencia, promoviendo la individuación y la crítica. Ha empezado a ser importante la vuelta al trabajo, retomar la vida diaria y por tanto vuelve a ser más importante uno mismo. Además, cuando la responsabilidad está depositada en un grupo y no en una persona individual, se tiende al llamado efecto de holgazanería social o esconderse entre la multitud, tendemos a pensar que nuestra contribución es dispensable, que otros miembros pueden hacer el trabajo y que yo no soy importante. Es decir, atribuyo la responsabilidad fuera de mí, se trata del locus de control externo. Probablemente todos hemos visto a alguien crisparse sobre la actitud hacia las medidas de seguridad de los demás, mientras hablaba con la mascarilla en la barbilla.

Este proceso de individuación se está produciendo aún en un estado de alarma en el que tenemos muchas normas que cumplir y para ello necesitamos sentirnos pertenecientes a un grupo e importantes para el grupo. Si sentimos que podemos hacer algo, ayudar o mejorar la situación, si el ser humano es capaz de sentir lo que se llama locus de control interno, es decir, soy importante para que una situación cambie, existen más probabilidades de que se produzca una actitud altruista. Es importante la tolerancia y el respeto en este momento del proceso. Hay personas que prefieren quedarse en casa, otras que prefieren salir a las terrazas, hay quien ir a la playa y quien preferirá su sofá con aire acondicionado o su piscina privada, habrá personas que prefieran comenzar a abrir sus negocios y quienes deciden esperar… necesitamos respetarnos para seguir hacia delante. Y el respeto no solo se mide en la medida en la que no juzgo las decisiones individuales de los demás, ya que el estado nos va dejando tomarlas, sino en seguir aquellas normas y recomendaciones que también nos lanza. Cada día es más normal ver en tu frutería, en la calle o en la tele personas enfadadas y enfrentadas unas con otras por la diferencia de opinión, y los españoles sabemos por nuestra historia que esto es motivo de enfrentamiento y disolución de un grupo. Por eso, necesitamos seguir sintiendo que vamos en un mismo barco, necesitamos respetarnos entre nosotros, pero también necesitamos conocer bien cuáles son las normas de cada momento para poder cumplirlas y sobre todo para no entrar en un conflicto sin conocerlas bien.

Es decir, si decidimos ir a una terraza, tenemos que saber que es importante entrar con mascarilla para hablar al camarero o guardar dos metros de distancia. Si decidimos ir a comprar a una tienda, tenemos que saber que es necesario preguntar qué normas tienen para poder hacerlo. Si vemos personas paseando sin mascarilla, tenemos que asegurarnos de que están cumpliendo las normas de uso antes de alzar un “grito de guerra”… En definitiva, tenemos que seguir estando informados, sintiendo que podemos aportar nuestro granito de arena al cambio y empatizando y respetando al prójimo.

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