En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
Ya sé yo que el honor y la dignidad son moralidades añejas, propias de los Tercios, la Armada Invencible, Juan de Austria y demás heroicidades que hoy invocar bramando “¡Espppañana!”, con mucho salivazo de oclusiva. También de ese aire decimonónico que respiró Blasco Ibáñez en una época en la que las afrentas se resolvían con pólvora. Esos días en los que, como cuenta Jorge Freire, no había pleno sin convocatoria de duelo y las redacciones de los periódicos tenían en nómina a instructores de tiro.
Entiendo que hoy importan otras cosas y que la dignidad ha dejado de ser un ejemplo virtuoso de independencia para convertirse en la pala con la que se cava una trinchera. Ahora ser digno y tener honor es estar en el lado correcto de la historia, declarar huelgas generales por Palestina desde un zulo de 1.000 euros al mes, ir a jalear a provocadores con la bandera del pollo mientras se le llama hijo de puta a Sánchez, boicotear charlas de ertzainas en las universidades del País Vasco o pegarle una paliza a un periodista en una protesta en Pamplona que es, en realidad, una cacería por parte de los que algunos dicen que ya no existen.
A uno, que le preocupa que se le olvide lo que verdaderamente es la dignidad, le da entonces por recordar a Pilar Manjón o Consuelo Ordóñez, a quienes gustosamente algunos partidos querrían en sus bancadas para utilizarlas como comodines, o desde este miércoles a Andrea Ferrari, Naiara Chulià o Virginia Ortiz, a quienes, tengan paciencia, no tardarán en instrumentalizar a través de discursos empalagosos. En este país se da la paradoja de que quienes más dignidad poseen son aquellos que más razones tienen para perderla.
Ahora, a Mazón, que antes fue grano y hoy ya es una fístula en el culo del PP, la compunción de las víctimas en el funeral de Estado le ha dado que pensar, señal inequívoca de que en un año las ha escuchado muy poco. Mazón, inocente de la tragedia pero culpable de sus mentiras y de no estar donde debía estar, como tampoco estuvieron aquellos que desde la carretera a la Coruña han visto en esto una oportunidad política, ha aprendido lo que es el honor y la dignidad. Bastan unos brazos en alto con imágenes de quienes ya no están, discursos en los que resulta prodigioso que salgan las palabras y un arma siempre humeante y de mayor alcance que cualesquiera que utilizasen los honorables decimonónicos: la memoria.
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