Andar y contar
Alejandro Tobalina
Sentido común
Que se iba a liar parda, como hizo mi socorrista lisérgica con vocación de química, fuera cual fuera el resultado de la sentencia del fiscal general lo sabían hasta en Ulan Bator: si era declarado culpable, la condena se la habrían susurrado a los señores magistrados desde una lápida en Mingorrubio. Ya me los imagino yo, a estos jueces golpistas, colándose en el cementerio y haciendo rituales de sangre frente a la tumba del dictador de culo blanco y entrando en trance como Clemente Domínguez, que fue Papa de postín y de la Feria de Sevilla los obispillos lo tenían que sacar en brazos de lo ciego que era de visión y estaba de olorosos. Si el fiscal general era declarado inocente, se habría barruntado entonces la mano negra del sanchismo, que todo lo doblega y contamina, y la otra España encabronada les habría encontrado a los jueces un primo que en Ferraz hace fotocopias, como así, de repente, al delantero soriano del Athletic le aparece un tatarabuelo de Baracaldo.
Digo yo que una de las maravillosas opciones que ofrece la democracia es la de discrepar de las sentencias y hasta de que el nuevo disco de Rosalía sea lo mejor que se ha hecho jamás en el mundo mundial. Yo entiendo que un juez no es Ramsés II, algo así como inviolable e irreprochable. El problema es que la crítica al poder judicial desde el poder ejecutivo a menudo esconde oscuras intenciones, fijación de relatos, y se da la paradoja de que el Supremo es muy malo por condenar a Chaves y Griñán, pero el Constitucional, tan imparcial, muy bueno porque los absuelve. Claro que yo pensaría que el juez de instrucción es muy malo si me condena a mi madre y el de la Audiencia Provincial muy bueno si me la absuelve, pero yo no soy ministro ni presidente de las Españas, ni de lo que haga mi madre depende que yo siga aquí rellenando el puto folio de Gistau.
Los precedentes hacen ver algo inquietante en que tiktoker Bolaños salga a decir que el Gobierno tiene el “deber legal” de respetar el fallo judicial, pero también el “deber moral” de decir que no lo comparte. A mí esto me regurgita los lados buenos de la historia, los muros, las cartas de aflicción, los manifiestos de intelectuales y demás ejercicios éticos civilizadores. Sepan que quien comparta el fallo estará faltando desde hoy a su deber moral. Parece ser que en Mingorrubio no dan abasto con tanto empadronamiento.
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