
En tránsito
Eduardo Jordá
Líneas rojas en el Parlamento
Gafas de cerca
He visto a ratos y varias veces la película Lucía y el sexo, que no está mal, pero que tampoco está bien. Con tanto sexo y tanta Formentera, donde discurre la trama, se acaba uno liando entre caliqueño y bajonazo. Me lo han dicho: a esa pequeña isla no se va a pillar, sino a pasarlo bien con las amigas o los colegas, porque todo allí en verano es buen rollo, pinar, calas e italianos que buscan rentabilizar el gimnasio y los UVA.
Hablo de oídas; que me busquen en verano en un destinazo caro e incómodo. Ahora, Formentera se posiciona para quitarse el sambenito de guay pero caído destino: el medio dueño de la isla, un petrolero estadounidense llamado Bryan Sheffield, sabe de estrategia y rentabilidades, y ordeñará la bella y muy pequeña vaca hasta que no valga ni para caldo. De hecho, Baleares y sus chuetas notables son grandes mundiales de la cosa, y luchan por desestacionalizar el trasiego de visitantes, esto es, que no sólo lo peten en julio y agosto. Ibiza es caso aparte: allí no hay flower power. Habrá otras cosillas.
Mea culpa, quizá vaya a una isla griega en unos días. Santorini es otro sitio insoportable, me dicen. Yo me conformo con verla en Mediterráneo, deliciosa película de Gabriele Salvatores. Sitio reventado de forasteros, y tanto lo está que un soso estará deseando volver a su propio fregadero y su sofá, y hasta a su despacho. Con fotos a miles que no le interesan a nadie.
Las fotos, como el tiempo, no son lo que eran: un verdadero coñazo del todo prescindible. Métete tus fotos en un disco externo, y llévalo a un punto limpio. Si no fuera porque nos mantiene a todos –¿de qué vivíamos antes?–, el turismo en temporada alta es un torneo. Los barcos, barquitas y demás naves son el trasunto navegante de los utilitarios de circunvalación; ningún privilegio. Paga a millón la comida que no vale un nel.
Un verano estresante hasta el tuétano lo tiene cualquiera. Y una columna contrariosa. Paz Vega, eso sí, qué guapa está paseando por Formentera en amotillo entre sus neuras y su sexo. Y no se aprecia mogollón. De cine.
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