Cucu

20 de septiembre 2025 - 03:07

Tiene algo de cómico, y uno lo ve galopando la banda y se le asemeja a una palmera doblada y estoica ante el soplo ímprobo del huracán. Sí, sí, créanme que uno lo ve y, sugestionado por un patrón capilar de futbolistas que no sale del mullet y la gomina, le entran ganas de ponerle una capa de barbero y raparle hasta el cerebelo. Pero no, oiga, el partido sigue, el equipo rival ataca y alivia ver esa pelambrera inconfundible recular. Cucurella es una bendición para los narradores porque se le diferencia desde Plutón, aunque, claro, luego llega Juan Carlos Rivero y te lo llama “Cucaracha”, pobrecito. Vino a irrumpir en el panorama nacional con la Eurocopa, y en Cibeles cogió el micrófono y con una tajá de espanto deleitó a los españoles con su tradicional cántico para erigirse en un tipo simpaticón que, aunque siempre había estado aquí, nunca habíamos visto.

Nos llegó entonces al corazón por el camino del putoamismo y nos ha conquistado ahora por el cauce de la admiración. Poco le extraña al aficionado ver al futbolista llorar, pues el fútbol es deporte de lacrimal muy activo: se llora cuando se pierde y cuando se gana, se llora por el dolor de la entrada criminal o en el minuto de silencio del compañero fallecido. A todos los estados de ánimo del futbolista le acompañan casi siempre frases manidas, mecánicas, y al campo saltan los jugadores con la cintita, alguna venda y el argumentario.

Cucurella ha visitado el podcast de Pau Brunet, un chaval que es una epifanía, y ha perdido todas las aptitudes defensivas hablando de su hijo mayor, autista. A Pau le aguanta tan solo tres preguntas sobre su día a día con él, y todas sus respuestas van acompañadas de ese carraspeo que precede al sollozo. Se rompe con la definitiva, y el espectador asiste a un momento inédito: casi 40 segundos de lloro ininterrumpido, sin abandonos de platós ni palabras tranquilizadoras de periodistas con humos de psicólogos. Un lloro constante, solo maquillado con el zumbido de la retransmisión, al que Pau y su padre asisten en silencio porque esas lágrimas también las han derramado ellos. Que es muy difícil, dice; que a veces le gustaría saber cómo ayudarlo, lamenta; y el aficionado se alegra por primera vez de que Cucu, que tiene 27 años y tres hijos, se convierta en un coladero atrás y sea inocuo en ataque porque el fútbol, para muchísimos tan importante, oculta historias que demuestran que es la cosa que menos importa en el mundo.

stats