Corazón viajero

20 de agosto 2025 - 03:05

Algo he viajado, aunque no todo lo que hubiera merecido mi corazón viajero, y probablemente, a las puertas del final, me eche en cara no haber viajado más, si la vida me regala la conciencia serena de la reflexión postrera. Si volviera a nacer, me gustaría reencarnarme en hormiga negra, el mítico navegante argentino.

De donde no quisiera volver he aprendido que el mundo es un lugar más seguro del que imaginamos. Miedo he pasado perdido de noche en una plantación de azúcar en República Dominicana, volviendo de Santo Domingo a Cabeza Toro, acosado en el camino por un BMW cargado de negros con actitud desafiante. Pensé que no saldría vivo de allí. Respeto he sentido en el centro de Asuán, a pocos kilómetros de la frontera con Sudán, ataviado con una camiseta de tirantes blanca, ojos azules, treinta kilos y veinticinco años menos, rodeado de chilabas curiosas. Curiosidad he tenido por desvelar un burka en El Cairo que escondía los ojos más bellos que jamás vi. Por cierto, en El Cairo recibí la mejor lección de ventas que pudiera algún día imaginar: un comerciante árabe que vendía perfumes. No he visto una cosa más alucinante en mi vida.

Asombro, de pellizcarme, los cientos de ojos rasgados y una sonrisa atemporal que te reciben en Shanghái, para acabar pasando una Nochevieja en una ciudad perdida de China con unos italianos, bebiendo Kalhúa, que era lo único que había. Ahí descubrí que la nostalgia es una propina que te arrepientes de haber dado, porque te crees a resguardo de ti mismo y luego no dejas de querer estar donde habita el olvido o de lo que has querido tomar distancia en un momento de despiste, justo antes de poner espacio y tiempo de por medio.

Podría seguir, pero los viajes son ese lugar al que no deberíamos tratar de volver. Forman parte de la memoria íntima. Por eso forjan y enseñan tanto: porque cuando haces un viaje, incorporas una experiencia vital. Varadero puede serlo también, pero no es lo mismo. De Cuba no puedes traer el recuerdo de una playa, has de volver impregnado de alegría, música y sal del malecón de La Habana.

En el último sueño estival cargaba con una sandía, el cuidado de la suegra, la nevera, las niñas que ya no tengo, la falta de aparcamiento, una mujer como un cromo y me sentía bien presumiendo de sombrilla y plaza fija en la playa de Chipiona o Benidorm, no recuerdo bien.

Un amigo me decía que le habían ascendido y que iba a innovar el sistema educativo. En el sueño sonaban carcajadas al fondo. Me rescató la realidad de que solo era un sueño, pero el susto aún me dura.

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