¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Objetivo Opus Dei
Monticello
Lo que leen está escrito en jornada electoral y condicionado por el hecho de que mi plateado director de opinión no me da licencia para enviar la pieza ya conocidos los sondeos a pie de urna. No escribas de política, me dice, y a mí, en ese momento, mientras los colegas mandan encuestas israelitas y vagones de votantes madrileños yacen varados en el levante español, me viene al recuerdo Guillermo de Poitiers, IX duque de Aquitania, poeta provenzal, célebre por haber escrito Un verso sobre nada.
No encuentra uno el coraje suficiente para escribir una columna sobre nada y, por un momento, la cosa provenzal me devuelve etimológicamente a la provincia, es decir, a la circunscripción y a punto estoy ya de malearme y empezar este texto de nuevo, hablando sobre sistema electoral y constitución material. Mas, ya sea por Sánchez-Moliní, que impone, uno resiste y recuerda que el término provincia posee también una connotación espiritual nada despreciable.
Dice Albert Serra en un libro reciente, Brindis per Sant Martirià, que sólo al margen de la capital se puede cultivar un sentido profundo de lo lúdico y comprender el verdadero valor de la vida como singularidad. Albert, conservador de izquierdas y lugareño cosmopolita, representa bien esa Cataluña payesa que Pla llamó la región más occidental de Italia, el país donde todo lo provinciano conserva un aire de antigua ciudad Estado. Tengo para mí que es precisamente un trovador italiano, Paolo Conte, el gran teórico vivo de lo provincial. Antes de triunfar en los teatros, Conte pasó su primera juventud ejerciendo como abogado en el pequeño despacho que su familia tenía en la ciudad de Asti, en el corazón de la Provenza italiana. La provincia es legible, dice el maestro, y por eso puede contarse. Hay, en su cancionero provenzal, una historia que me obsesiona. Una pareja viaja en coche por el valle del Po un domingo con niebla, después de haber asistido a un baile. Ella, enfadada por algo, no habla al novio y se queda dormida. Él conduce triste, sin entender nada, pero entonces cruzan Stradella, el pueblo donde se fabrican todos los acordeones de Italia y, de pronto, escucha el novio la armonía de un acordeón sobre el sueño de la amada. De repente, bajo la música, la ve más bella que nunca y se siente dichoso de esa mera contemplación. Nunca la vi y la amé mucho, puedo decir sobre la protagonista somnolienta de esta canción como dice el IX duque de Aquitania, en su verso sobre nada. Y usted, acalorado lector que sabe ya del resultado, diga: ¿Qué hicieron las provincias?
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