La clase ociosa

29 de junio 2025 - 03:07

Es frecuente ver por la calle a una señora emperifollada (o a un caballero emperejilado) paseando un perrito. De pronto, se detienen para que el cánido haga sus necesidades fisiológicas. Si son “menores” rociarán la micción con el agua de una botellita que llevan ex profeso para tal menester y si son “mayores” utilizarán una bolsita de plástico para recoger –con cara de asco– los residuos fecales del animal.

Lo curioso es que uno difícilmente se imagina a esta “gente fina” cambiándoles los pañales a un bebé o a un anciano incapaz de valerse por sí mismo y tiende a pensar (un tanto arbitrariamente, reconozco) que cuentan con personal de servicio que se ocupa de tan enojosas tareas.

En su obra Teoría de la clase ociosa, el economista Thorstein Veblen entiende la adquisición de productos de lujo (bienes y servicios) específicamente como una exhibición pública del poder económico del comprador. La condición demostrativa de que se pertenece a un alto status social es que el bien a adquirir no esté al alcance de la gente común y además que no suponga ninguna ventaja útil sobre un producto semejante pero más barato (verbigracia, el servicio que presta un Casio digital de plástico es el mismo que ofrece un Rolex de oro).

Veblen lo llama “principio de ostentación despilfarradora”, esto es, el ocio y el derroche se valoran como elementos de distinción mientras que el trabajo y la eficiencia se consideran deshonrosos y tareas de gente pobre.

En el mismo sentido, las mascotas son valoradas en función de su grado de inutilidad (un perro ovejero capaz de manejar, él solo, todo un rebaño no tiene, ni de lejos, el mismo glamour que un caniche o un chihuahua que no sirven a ningún propósito excepto el de pasearlos. Prueba del éxito de la teoría es que, en España (cada vez con más gente ociosa), la imitación de las clases altas, hace que existan más de nueve millones de perros de compañía (más que niños).

En Irán, en cambio, está prohibido pasear los perros por la calle por considerarlo una molestia pública y un símbolo del estilo de vida occidental. Confirmando las tesis de Veblen, los iraníes solo admiten los perros en familias que tengan pollos, ovejas o cabras, es decir, donde puedan resultar útiles.

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