La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

¿Y si no cediera Puigdemont?

Si calcula beneficios y daños de pactar con Puigdemont, lo mismo Sánchez renuncia y hay que repetir las elecciones

La investidura de Pedro Sánchez sólo sería viable si se cumplen tres condiciones: la ambición sin límites aparentes del perdedor de las elecciones, el pragmatismo de Carles Puigdemont (en síntesis: rebajar o modular sus exigencias ante el peligro de que una repetición electoral traiga un gobierno del PP) y las tragaderas de los votantes socialistas y de la sociedad española.

Sólo el primero de estos requisitos puede darse por seguro hoy por hoy. Lo que se sabe hasta ahora es que Puigdemont mantiene su chantaje en máximos. Quiere la amnistía ya y la autodeterminación mañana. Probablemente piensa que no va a tener otra oportunidad en el futuro de negociar con un interlocutor más débil y necesitado, y tan predispuesto. Tampoco puede permitirse, a un año de elecciones catalanas, el lujo de aparecer como más blandengue y menos reivindicativo que ERC.

Las tragaderas de la ciudadanía ante la amnistía que se prepara son discutibles. Porque hay una extrema debilidad argumental por parte del Gobierno. A diferencia de los indultos, que disculpan el delito, la amnistía lo anula, reescribe la historia, consagra la ilegitimidad de los tribunales y convierte en delincuente al Estado democrático. Es fuerte, ¿no? Tan fuerte como que la vicepresidenta del Gobierno acuse de golpista a un ex presidente que apela a la movilización pacífica, a los pocos días de hacerle –ella– carantoñas a un golpista de verdad que huyó de la Justicia. Si la amnistía es tan importante para la convivencia de Cataluña, ¿por qué no se defendió, sino todo lo contrario, en la campaña del 23-J? Es fácil: se trata de una explicación sobrevenida, como la pretendida doctrina del avance de la España plurinacional y diversa. Sobrevino exactamente la noche en que se hizo el recuento y resultó que Sánchez necesitaría los siete escaños de Junts –la derecha supremacista del nacionalismo rico– para articular su nuevo “bloque progresista”.

El presidente en funciones cuenta con la seguridad de que los diputados del PSOE y la inmensa mayoría de los militantes le acompañan en esta aventura, pero sabe que ex líderes prestigiosos la impugnan, intelectuales de su entorno la cuestionan y, sobre todo, la mayoría de los votantes socialistas la rechazan. Es ambicioso, ciertamente, pero no tonto ni ciego. Todo lo contrario. Si Puigdemont no se baja del monte y Sánchez hace un cálculo ponderado de daños y beneficios, lo mismo repetimos elecciones. Con él como el hombre que frenó a Puigdemont.

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