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Es curioso cómo, tras el caso Montoro, hemos visto la simetría de la mierda en la política española; los que antes vociferaban callan, los silenciadores ahora gritan, exactamente las mismas frases unos y otros, antes y después, dando prueba de que la solución no les importa, defienden a sus partidos como los gañanes a los caciques.
Yo no he votado nunca a PSOE ni a PP, no soy de derechas. Las instituciones funcionan más o menos, ésa es la clave. Cuando decimos alegremente “el bipartidismo no es la solución sino el problema...” no niego que haya parte de verdad, pero no nos damos cuenta de que si gobiernan y podemos votar y existe la posibilidad de cambiarlos: no son el problema. El verdadero problema de este país (y los demás) es la desvergüenza del dinero: pero eso no se puede decir, porque todos participamos, sólo hay que recordar las chapuzas sin IVA, las compraventas de aquella manera, las facturaciones... unos 200.000 millones dicen.
A finales del XIX, los delitos penales sólo eran de 100.000 pesetas para abajo porque hacia arriba se llaman “negocios financieros”, ingeniaba zutano. Fíjense que estamos pendientes (y así debe ser) de unos millones de euros que si cerdánicos o montoriles, y eso en el PIB es irrelevante: el verdadero delito son los negocios estructurales de algunas empresas que son verdaderos entramados de compra y venta de poder ¿Cuánto han ganado? Sólo hay dos opciones, o los cargos de éstas han puesto la pasta de los sobornos de su bolsillo o la han puesto de la contabilidad; lo primero no beneficia al que la pone y sí a la empresa, descartado; lo segundo no es posible que figure en una contabilidad A, luego hay una B y, si queda todo probado, el auténtico latrocinio que expolia al Estado sostenido con nuestros impuestos lo desarrollan estos golfos de toda la vida cuyos apellidos vienen en muchos casos de la alternancia y el caciquismo de los liberales y conservadores hace siglo y medio.
Perseguimos a los políticos por quedarse la excrecencia insignificante del gran robo: la obra pública. Llevo años exagerando diciendo que ninguna obra se diseña por interés público, sino que lo primero es ver a quién beneficia. Cuando oigo AVE o autopista, tomo mi navaja. Porque hay ilusos ilusionados con las mentiras del desarrollo, pero los beneficios del turismo o de los desplazamientos rápidos sólo dan réditos a empresas que, curiosamente, siempre tienen claro racanear con los salarios, los derechos, etc.
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