Esta ha sido la campaña más sucia de nuestra democracia, peor que la de 2004. Pero no se preocupen, los partidos conseguirán que la de las generales sea todavía más bronca. El PP ha logrado convertir estas elecciones en un plebiscito sobre el presidente del Gobierno y el propio Pedro Sánchez ha aceptado el reto, anticipando en cada mitin decisiones del Consejo de Ministros. El candidato popular por Sevilla ha dado dos poderosas razones para que le voten hoy a él: “por la ola anti Sánchez y por la ola a favor de Juanma”. El alcalde socialista se defiende del desprestigio personal del presidente del Gobierno con el eslogan “Sevilla y solo Sevilla”. Estas cosas influyen.

Juan Manuel Moreno ha cometido el atropello de hacer campaña como presidente de la Junta y la Junta electoral se lo ha permitido al prevenirle con una semana de retraso. Trato de favor. Estas cosas influyen. Después de declarar secreto durante tres meses el sumario del secuestro de una concejal de Maracena, un juez de Granada lo levanta tres días antes de la votación. No imputa al número tres del PSOE andaluz, pero señala indicios en su contra. A veces los jueces se constituyen en un poder político. Estas cosas influyen.

En Mojácar dos candidatos socialistas han sido detenidos por un intento de fraude en el voto por correo. Su partido, en evidencia por casos similares en Melilla y Murcia, avisa de suspensión de militancia a los implicados. El departamento de recursos humanos del PSOE está en entredicho; la admisión debería tener un filtro. Parece que hay escasez de vocaciones, el partido ha tenido problemas en Málaga para disponer de interventores en todas las mesas. Estas cosas, influyen. El dirigente del PP González Pons ha vinculado al propio Pedro Sánchez con una supuesta trama, porque veranea en Mojácar. Es de los moderados, Ayuso sostiene que la izquierda no acepta la democracia. Y eso le da votos.

Los grandes partidos hablaron mucho de política nacional, pero poco de financiación local y nada del ineficaz minifundismo municipal; más de la mitad de los municipios de España tienen menos de 1.000 habitantes. Tampoco se ha discutido el prescindible papel de las diputaciones. De legislación, sólo han mencionado cambios para evitar fraudes en el voto por correo. Pero nuestras leyes restringen las posibilidades de agrupaciones pequeñas o nuevas. La ley D’Hondt no reparte el número de concejales de manera equitativa; y aunque la aritmética lo permita, hay una barrera del 5% que impide a los minoritarios entrar en las instituciones o acceder a los medios públicos.

Contra el barro y la intoxicación masiva hay poca defensa. Y contra las promesas incumplidas, sólo cabe el humor. Charles Pascua, ministro gaullista del Interior en los 80 y 90 en Francia, tenía una frase definitiva: las promesas sólo comprometen a quien se las cree. Y eso no influye, desgraciadamente.

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