Nuestro calvo

15 de noviembre 2025 - 03:07

Pobre y desolado ha muerto Clive Arrindell, que así dicho no es nadie, pero que fue calvo con calva de primera división en una época de escasos complejos en la que los hombres solo soñaban que se le caían los dientes y no, como hoy, también el pelo. Eran días de escasez de “empresarios capilares”, que, caray, qué demonios será eso, y de extrañeza cuando en un capítulo nos ponían a Homer Simpson con melena de estreno. Hoy, de perpetrarse tal extravagancia, no faltarían quienes ante manifestaciones de estupor clamasen por la defensa de los derechos de los muñecos amarillos o aquellos que defendieran la medida, pues Homer estigmatiza y alela al colectivo alopécico.

Ha muerto Clive Arrindell, que era el calvo de nuestras vidas, el calvo de la Lotería, perteneciente a esa estirpe de británicos como Paul Preston o Hugh Thomas que desembarcaron en las Españas a atravesarnos el corazón y a ordenarnos un poco. Digo que ha muerto, pero debería decir que murió, pues un lotero murciano que trató de contactar con él ha contado esta semana que Clive se nos fue en 2024, septuagenario, solo, sepultado por las arenas movedizas de la indiferencia, olvidado por quienes piden y fletan aviones para flotillas pero no reclaman túmulos para quien nos trajo la suerte en esos tiempos en los que un cupón premiado te cambiaba la vida y no, como ahora, solo te ayudaba a vivir.

Clive, calvo lustroso, se nos ha muerto, sí, y ello a algunos nos hiere de gravedad la infancia, como a otros dejará en paliativos los escarceos de las primeras juventudes. Lo recuerdo en la televisión como el advenimiento de unas Navidades que siempre deseé blancas pero en las que, como mucho, te dejaba calvo un levante homicida. Lo recuerdo guiñándome el ojo y recuerdo, ay, a personas que ya no están y a aspiraciones ya inasibles.

El bueno de Clive ya fue fijo-discontinuo ante de que nos aterrizase en Barajas Yolanda Díaz a darnos la papilla. Fue actor de estatuilla de hielo y protagonizó anuncios sin dobles sentidos, historias ocultas o tropos disparatados. Aquella era una época de literalidades en la que un barco hundiéndose no representaba la decadencia de Occidente, sino un barco hundiéndose. Hoy, Clive protagonizaría spots de denuncia social, con trasfondos de padres abandonados, que también son muy buenos, pero no son él. El mérito de Clive fue gastar calva imbatible, repartir décimos y soplarte la suerte en la cara. Nada más sencillo. Nada tan inmortal.

stats