La buena vida

27 de septiembre 2025 - 03:06

Vivimos tiempos complejos, tiempos en los que la palabra formación parece haberse vaciado de contenido. Se confunde con capacitación técnica y rápida, orientada únicamente a la utilidad inmediata. Sin embargo, cuando pienso en lo que significa verdaderamente formarse, retorno inexorablemente a la filosofía clásica. Aristóteles o Séneca entendían la formación como cultivo integral del ser humano, como la búsqueda del bien y de la virtud, como la disciplina que da sentido a nuestra condición racional. En su raíz, formar es humanizar, y por eso cuando falta formación lo que se pierde es humanidad.

La deriva actual hacia lo estrictamente material y lo inmediato produce una sociedad sin paciencia, sin miras al horizonte, sin memoria. Observo con preocupación profunda cómo el desprecio por el otro se convierte en costumbre social, en indiferencia asumida como un gesto natural.

La prisa por alcanzar resultados desplaza la reflexión, y la obsesión por poseer oscurece la voluntad de comprender. No se trata solo de una crisis educativa, que lo es, sin duda, sino de una crisis moral: se olvida que el ser humano no es un medio para fines ajenos, sino un fin en sí mismo. Kant lo formuló con claridad, pero ya los estoicos habían comprendido que la grandeza de la vida no residía en lo que acumulamos, sino en el modo en que tratamos al prójimo.

Sin el mínimo rigor intelectual, sin disciplina de pensamiento, el vacío se expande. No hablo de rigor como severidad hueca, sino como ejercicio de coherencia, como exigencia que nos salva de la frivolidad. El rigor educa el carácter, enseña a perseverar en lo justo y a distinguir lo esencial de lo accesorio. En paralelo, la buena voluntad hacia los demás es la otra cara indispensable: sin ella, la inteligencia se convierte en arma de dominio, pero con ella se transforma en instrumento de dignidad compartida.

Creo firmemente que recuperar la formación humanista es hoy un imperativo. Solo así podremos frenar la deriva hacia la indiferencia, hacia la reducción de la vida a un frío cálculo de beneficios.

Frente a la idolatría de lo inmediato, propongo volver a lo permanente: a la virtud, a la justicia, a la templanza. Frente al desprecio por los seres humanos, reivindico el respeto como fundamento de toda convivencia. Y frente a la obsesión por lo material, reivindico lo que no puede comprarse: la grandeza de la persona.

Solo así la educación tendrá sentido, solo así –probablemente– nuestra vida tendrá sentido.

stats