Gafas de cerca
Tacho Rufino
Pollos de Carrier
Un día cualquiera una se dispone a lo que tanto le cuesta, ir a hacer la compra de algunos olvidos y la fruta nuestra de cada día. Cojo el coche, me detengo y pienso si he cogido las llaves de la casa y bolsas para la compra entre las decenas ecológicas que sigo comprando porque cuando las necesito no las llevo y crecen y crecen… Hoy están porque me despisté y las dejé el último día. Llego al supermercado, y ¡oh, no funciona el ascensor! Resignación, cogeré arriba el carro y ya vendrá la luz.
Una compra iniciada con tranquilidad. Sustrato para plantas; fruta escogida según preferencias de cada uno de los miembros familiares, y un roce de un brazo; un roce de un carro; un roce de zapato con ánimo de ser pisotón. Tanto golpe seguido me hace levantar la cabeza y empezar a ver entrar, de forma alocada, nerviosa, a mucha gente de aspecto fundamentalmente nórdico. Pensamiento correlativo: “no somos tan distintos los latinos del resto de europeos. las ofertas nos desgastan”.
Voy al siguiente stand con la prisa inoculada por mis congéneres, dispuesta a terminar la compra, cuando en el cruce de pasillos me encuentro con un amigo que me dice: “¿Has decidido como yo venir a comprar lo fundamental para lo que está pasando?”. ¿Qué está pasando? ¿Han adelantado el cónclave? ¿Los aranceles nos los han subido un 100%? “No, no”, me dice angustiado, “un apagón en toda España, Portugal y parte de Francia. Parece un ataque terrorista cibernético”. Nos hemos despedido consternados y dando recuerdos para las familias.
Y ahí la brava, la que ya nunca iba a pasar miedo, la que solo se preocupaba por los más cercanos, empieza a coger agua, latas de conserva y frutos secos... todo lo que no hubiese que cocinar sintiendo cómo las piernas flaquean mientras al mismo tiempo de coger la leche –con y sin lactosa– piensa en Putin y en Trump.
En ese mundo que desde hace dos años es una locura y que últimamente ha perdido el norte de tal forma que hasta al Papa muerto le llaman hereje por hablar de migrantes y ecología, y que de no hacernos con la rienda de la normalidad y la exigencia del bien gobernar realizará este ensayo de hecatombe milenarista no en un supermercado, sino en este planeta bello y luminoso que hemos convertido en cloaca y tortura de miles y miles de personas.
Postdata: A las 7 de la tarde, cuando escribo este texto que no sé si se publicará, la luz ha regresado. Yo he terminado la berza en un camping gas con fuego de espiral e Internet ha vuelto a funcionar. Pasará a los anales del malestar profundo como el 28-A y tendré que resetear mi cerebro.
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