Andar y contar
Alejandro Tobalina
Sentido común
El 20 de noviembre se llevó a cabo un simulacro de maremoto, que avisaba mediante un mensaje en el móvil acompañado de una estridente señal acústica. Más de uno dio un salto de sorpresa; yo, que me encontraba en la playa, fui testigo de cómo algunas señoras se quedaron rígidas como la esposa de Lot, convertida en estatua de sal mientras huía de Sodoma, tal como lo relata el Génesis.
A pocos metros, dos parejas de adolescentes, ajenas a la alarma, se dedicaban a sus besos, con su propio tsunami interno. Mientras tanto, un señor de barriga incipiente nadaba en el agua, desafiando el frío, mientras su esposa, con el smartphone en mano, le gritaba: “¡Juan, no te vayas pa’ lo hondo, chiquillo! ¡Hay alerta de mala mar!”, mientras su perro ladraba como un poseso, pelota en boca, dando vueltas a su alrededor.
Anécdotas de un día curioso, que esperemos se queden solo en simulacros, porque si algún día ocurriera de verdad, eso ya serían palabras mayores. Como dice Thomas Fuller: “Nunca sabremos el valor del agua hasta que el pozo esté seco”.
Y aquí sigo, como un niño, descalzo sobre la arena.
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