Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Conspiración?
Si nos encontrásemos en una hipotética situación de riesgo en medio del océano en un barco sin tripulación, podríamos actuar o bien consensuando por elección quién se pone al mando para intentar salvar el grupo o, contrariamente, intentando averiguar si alguno de los involucrados tiene conocimientos especializados que puedan ayudarnos a salir de una situación difícil en lugar de confiar en meros aficionados que nos quieran convencer antes con su palabrería que con su sentido común.
La respuesta parece obvia y si la nave a pilotar fuese el Estado, ¿no sería también más eficaz encontrar a alguien experimentado para que fuera el líder en lugar de elegirlo por votación? Esta misma pregunta la expuso Platón hace unos 2.400 años en el libro VI de la República, la más conocida e influyente de sus obras y el compendio de las ideas que conforman su filosofía. Platón emplea la alegoría del barco y como el filósofo que se guía por las estrellas es el idóneo para dirigirlo, aunque incluso llegue a ser tomado por loco por sus ignorantes compañeros. Queda en evidencia que su opinión sobre la democracia -en griego “el gobierno del pueblo”- como proceso para decidir qué hacer, era poco favorable.
A Platón el procedimiento de votar por un líder le parecía arriesgado pues los electores podían ser fácilmente influidos por características irrelevantes como la apariencia de los candidatos; sin tener en cuenta -porque las desconocen- que se necesitan ciertas capacidades y valores para poder gobernar. Los expertos que Platón quería al timón del buque del Estado eran filósofos especialmente entrenados, escogidos por su integridad; una élite que sobresale por su sabiduría, su virtud y su experiencia del mundo, esto es, defendía la aristocracia (“el gobierno de los mejores”) como sistema de gobierno.
Aunque la Historia se ha encargado de demostrar que la aristocracia degenera con facilidad en oligarquía, lo cierto es que las actuales democracias (según Churchill el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado), adolece de los mismos defectos (extraordinariamente magnificados) que ya señaló Platón. Basta con observar el comportamiento de nuestros gobernantes para entender que no estamos ni ante las personas más sabias, ni las más virtuosas ni, desde luego, las más honradas de la sociedad. En cierto sentido, hemos actuado haciendo justo lo contrario de lo que preconizaba Platón. No existe exigencia alguna para dedicarse a la política. En realidad, los requisitos para aspirar a un puesto de barrendero o conserje son infinitamente más rigurosos que los que se piden a la puerta de cualquier grupo político que se resumen en “poseer” dos atributos: fidelidad perruna y saber hacer bien la pelota. Mientras tanto, el pueblo está tan desnortado que le ha confiado el timón del barco a un sujeto que pretende hundirlo.
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