Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Para una vez que acertaba…
Nunca había visto al presidente con cara tan mala, ni siquiera en la olvidada pandemia. Nuestra civilización del aire ha demostrado su fragilidad sin cimientos, un simple corte de luz hace que se te acumulen las heces hasta lo insalubre. España es país de cañas, como dice aquélla, pero si no se hubiera restaurado el suministro habríamos sido apocalipsis; se entiende el rictus de Sánchez.
Los sectores estratégicos no pueden estar en manos privadas, ni siquiera participados. Supongamos que deben ser explotados por capital no público, vale, pero han de estar sometidos a la permanente fiscalización del Estado sin más margen que el de la comercialización y sus peculiaridades; desde la Caída del Muro, el optimismo del Fin de la Historia obliga a una fe en la gestión empresarial que raya lo religioso; en realidad nos somete a la avaricia más ramplona, como dar un mortero a un gorila. Nuestro Feijoo-Sísifo que no manda porque no quiere se hizo el estadista en los primeros minutos, por si las moscas; poco tardó en desarrollar su estrategia más vil, desde ceder sin un motivo fehaciente la Autoridad al Gobierno para quemarlo, aunque con 230 muertos en su mesa no lo hizo, hasta atribuirle todo el catálogo de errores en Valencia uno por uno intentando absterger la pudrición que les persigue en forma de fracaso chulesco. Kafkianamente, lo vemos transformarse de Sísifo en escarabajo pelotero, como diría el poeta Francisco Castaño (al que hay que leer para seguir siendo decentes).
El Gobierno tiene un problema. Alguien lo ha traicionado, voluntaria o involuntariamente. Los del ascua y la sardina se frotan las manos, previendo una defenestración de nuestro amado líder gafe, pero las conspiraciones siempre sirven para tener razón... con la misma justificación, o más, podríamos pensar si no habrían de estar implicados éstos que se frotan untuosos de gloria salvapatrias. Pero nosotros no buscamos fantasmas, confiamos en que los técnicos y el Gobierno hagan su trabajo y, sobre todo, en que el sistema no vuelva a fallar, hay formas de evitarlo y esa inversión se debe exigir (sin aumentos de facturas, que nos sabemos el truco).
Nuestra sociedad pende de un enchufe, pero no olviden que algunos lumbreras han transportado esa debilidad al pensamiento. Todos somos valientes con un móvil en la mano, pero el conocimiento, la ética, la ideología en el sentido de la convivencia, son manifestaciones de nuestra mirada sobre la realidad, convertida ahora en una exposición de lo que los algoritmos y la IA (sus dueños) quieren promover. Como cayó el hardware puede caer el software. Abandonada la Naturaleza y los sentidos empós de la tecnología y lo virtual: el ratón de Horacio salido de los montes puede acabar con el vanidoso poderío humano. Si queremos entendernos, observemos al estúpido, porque ahí están las claves de nuestra derrota. El día del apagón comprobamos que el sentido crítico, el criterio para filtrar los hechos ha desaparecido, y por ahí rueda la gran maquina hacia el futuro.
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