Pérez Reverte señaló en uno de sus artículos que: “De poco sirven las urnas con votantes analfabetos”. En mi opinión, la frase no alude tanto a la falta de instrucción de la gente (basta con retroceder tres o cuatro generaciones para constatar que, desgraciadamente, la mayoría de la sensata población de entonces no sabía ni leer ni escribir porque acudir a una escuela era un privilegio al alcance de pocos), sino más bien a aquellos que hacen gala de su ignorancia, quienes –víctimas de una educación corrosiva– al no sentir la necesidad de leer y mucho menos de escribir ejercen de analfabetos funcionales.

Aunque se consideran expertos en todo, emiten opiniones sin fundamento, carecen de juicio crítico y son carne de cañón para políticos sin escrúpulos que los encandilan con su retórica populista. Una vez “domesticado” el cuerpo electoral, el siguiente paso es llevarlos a las urnas (mediante una abrumadora propaganda que culmina en el obsceno derroche de papel que supone la recepción, vía correos, de las papeletas de todos los partidos que concurren a las elecciones), ya que un alto nivel de abstención es el indicador de la ilegitimidad “de facto” de los regímenes políticos. Por esa razón es obligatorio el voto en los países escasamente o nada democráticos y en otros, como el nuestro, se considera una obligación moral, siendo muy pocos aquellos en los que votar es simplemente un derecho. Este es el caso de Estados Unidos donde, para poder votar, los ciudadanos deben inscribirse ex profeso en un censo electoral. Es una precaución para que el voto no sea rutinario sino meditado, responda a los intereses y opiniones reales del pueblo y que participen aquellos que tengan algo que decir. A su vez, los votantes tienen el derecho de exigir a sus representantes que les rindan cuenta de su gestión ya que allí el depositario del poder sigue siendo el pueblo.

En el Estado de Partidos los votantes no pueden fiscalizar la actuación de sus representantes y en caso de ser defraudados lo más que pueden hacer los ciudadanos es esperar a la siguiente elección para “cambiar de caballo”. La gente corriente vota movida, o bien porque se le obliga bajo pena de multa (Brasil, Argentina, Bélgica…) o bien porque se le ha hecho creer que votar es una obligación moral y un requisito imprescindible para ser demócrata (España). Las opiniones de los votantes apenas difieren de las que publicitan los partidos, siendo de hecho el votar un acto más de fe que de razón. Suele decirse que el talón de Aquiles de una democracia es la educación del pueblo y, en este sentido, las diversas opciones que hemos ido eligiendo desde hace 40 años nos han conducido, entre otras lindezas, a un país en el que se puede vivir sin trabajar; hacer una carrera sin estudiar; ocupar una vivienda que no has comprado o ser gobernados por personajes que antes fueron terroristas… La radiografía de un país abocado al desastre.

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