Roma, sálvanos

De las tres raíces de Occidente, Atenas, Jerusalén y Roma, a veces parece que Roma es la menor, colada de rondón

Están los días para hablar sin parar de la rabiosa actualidad política, pero en su discurso de ingreso en la Real Academia Hispano Americana, el catedrático de Derecho Romano Bernardo Periñán arrancó defendiendo los estudios nobles. Con estas palabras oportunísimas: “Lo clásico hoy es en sí mismo un acto de rebeldía y no está el mundo para dejar de ser rebelde”.

Periñán reivindicó el papel esencial de Roma en la configuración de Occidente. No sólo en las cuestiones consabidas de Derecho Privado, como la familia, el matrimonio o la propiedad, todas ellas puestas en tela de juicio, por cierto, en la posmodernidad que nos hemos dado. También en cuestiones claves de Derecho Político.

Del mismo modo que, en la triada famosa de los trascendentales, Belleza, Verdad y Bondad parece que la bondad es la hermanita pequeña, en las tres raíces de Occidente, Atenas, Jerusalén y Roma, se diría que Roma se cuela de rondón. A menudo se limita su papel al de transmisora de la cultura clásica y receptora pasivo del cristianismo. El filósofo Rémi Brague dice eso tan bonito de que ser romano consiste en tener por detrás una gran cultura que asimilar y por delante unos pueblos que civilizar. El poeta Eloy Sánchez Rosillo también asume esa postura: “En realidad, la tradición occidental, que culturalmente es la nuestra, comienza en Grecia; los romanos son hijos de los griegos. A mí me gusta contar con los griegos y pensar que entre mis abuelos remotos se encuentra Homero”. Ambos maestros tienen mucha razón, pero no toda.

Periñán acude al auxilio de Roma, recordando cuánto nos auxilia Roma a nosotros. Configuró el concepto jurídico axial de persona y, sobre él, el de ciudadano. Con una palabra: civitas, los romanos nos han regalado todo lo que designamos como personalidad, ciudadanía, nacionalidad y Estado. Abanico garante de nuestras libertades y que, por tanto, no ha gustado a los totalitarismos, sea cual sea su signo. “Mientras que el fascismo prefirió el ciudadano-soldado de la Roma arcaica, órfica o heroica, convertido por sí en un elemento al servicio del poder constituido, el socialismo de Estado optó por el súbdito del s. III d.C., cuyo afán vital es sobrevivir en un Estado deificado”. El ilustrísimo académico cumplía su promesa: con un tema clásico nos había puesto frente a una rebeldía actual. Urge la reivindicación de una ciudadanía arraigada en los derechos que emanan de la persona.

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