Patraña

Ganaron, siguieron ganando y ahora nos dicen que les debemos muchos miles de millones de euros

En una de las ineludibles entrevistas de Luis Sánchez-Moliní, decía el otro día nuestro joven Marina, hijo homónimo del gran Alberto sénior y por lo tanto medio hermano, que su padre, uno de los hombres más nobles y leales de una ciudad que no siempre ha rendido honor a la divisa que figura en su escudo, pasó la más larga de sus temporadas en las prisiones del tardofranquismo por manifestarse en favor de la amnistía, cuando esa palabra hoy prostituida tenía un sentido que no admite traslación ninguna al actual contexto español. Con razón precisaba el filólogo y brillante ensayista, capaz de recorrer miles de años en sólo un puñado de páginas tan eruditas como bienhumoradas, que lo de ahora, es decir el infame cambalache que se traen los representantes del Gobierno en funciones y sus aliados de conveniencia con los insaciables señoritos de las nacionalidades oprimidas, acogidos a la penosa complicidad de la izquierda identitaria, no merece otro nombre que patraña. Como ha recordado alguna vez su viejo amigo Carlos Colón, Marina padre nunca ha mercadeado con esa parte de su biografía, al contrario que todos esos presuntos antifranquistas –incluida la plana mayor del catalanismo, de la que no constan, con la significativa excepción del corrupto exhonorable, más que tímidas protestas durante los años en los que las cárceles estaban abarrotadas de verdaderos presos políticos– que tanto rédito les han sacado a sus supuestas correrías. Después de décadas de trato íntimo, tuvo uno que enterarse por el testimonio de un antiguo compañero de viaje y veterano militante socialista, incluido en el hermoso y merecido libro de homenaje que le dedicaron sus amigos, Conmigo solo contiendo, publicado por los editores Ortiz, Álvarez y Serrallé, de los suplicios a los que fue sometido Vitrubio–su apropiado nom de guerre– por los sicarios de la dictadura. Pocos casos se conocen de dirigentes de ese mundo privilegiado, el de la próspera burguesía nacionalista, tan claramente favorecida desde la Restauración y también, como nadie ignora, por el franquismo, que no nadaran y guardaran la ropa cuando sí se encerraba y torturaba a la gente por sus ideas. Ganaron, siguieron ganando y ahora nos dicen que el Estado, o sea el resto de los españoles, les debe muchos miles de millones de euros. El sabio niño Marina –el joío niño, como suele decir el padre– estaba todavía en el seno de su madre, Carmen, cuando Alberto penaba después de haberse jugado literalmente el pellejo, no como estos ínfimos personajillos, cargos electos de una democracia, que llevan años presumiendo de represaliados. Sabe de lo que habla y la palabra, en efecto, es patraña.

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