En el libro que ahora tengo entre manos, Ordesa, su autor, Manuel Vilas, hace referencia en una de sus vivencias a palabras de otro escritor, Jordi Carrión, que viene a decir que cada pareja, cuando se enamora, crea un idioma que solo pertenece a ellos dos y que empieza a morir cuando se separan y que muere del todo cuando los dos encuentran otras parejas con las que inventan nuevos lenguajes. Y a esas lenguas que desaparecen las llama "lenguas muertas" y dice, claro, que hay millones.

A nivel puramente personal, considero con mayor posibilidad de duración el amor nacido de la amistad que el nacido del que también conlleva el deseo carnal. Mis parejas, ante todo, fueron amigos con el sugestivo derecho a roce. Porque sí, es necesario rozarse, pero lo principal es conocerse, compartir y desnudarse sin desprenderse de una sola prenda. Y son las amistades, verdaderos amores, los que también crean su propio lenguaje, por regla general más indestructible que el de los amantes.

A diferencia de las lenguas muertas que olvidan las parejas que se rompen cuando encuentran una nueva, con la amistad pasa algo diferente. Era ya de pequeña que me emocionaba oír esta parte de una canción de las de antes de Alberto Cortez que decía: "Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo". A un amigo no lo sustituye otro. Y si tu pareja ha sido en verdad amigo, un verdadero amigo que realmente te ha conocido, discrepo con Jordi Carrión porque ese lenguaje permanecerá para siempre; a no ser que las nuevas respectivas parejas se encarguen de dinamitarlo y el adiestrado políglota lo permita.

Aunque la tónica general es lo que el escritor afirma: la lenta agonía del lenguaje con el que se amaban y entendían hasta dar lugar a otro lleno de reproches, intereses e insultos. Craso error este, sobre todo si son los hijos los que tienen que integrar los vocablos del nuevo código desconocido e hiriente para el cual no disponen de un diccionario emocional que les traduzca y desde pequeños ya estén con el runrún de que del amor al odio hay un paso; expresión de la que rehúyo. ¿Cómo que un paso? Somos adultos como para disponer de neologismos, extranjerismos, préstamos, elipsis, giros… y crear con la antigua etimología un nuevo lenguaje.

La que desaparece será una lengua muerta, sí, pero también el origen de una parte importante de nuestra historia.

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