Así me siento, como un cero a la izquierda, dentro de un mundo en el que uno cuenta básicamente para lo que interesa a quien le interesa. Es decir, para pagar, contribuir, tributar, esperar colas, rellenar documentos e incluso responder estoicamente a los cientos de llamadas de vendedores telefónicos que se cuelan en tu casa a la hora de la siesta o aún peor, en tu horario de trabajo, para venderte lo que sea. No entiendo nada. Para cualquier consulta telefónica que yo desee hacer me piden el hasta el número de pie que gasto. Todo en aras a una Ley de Protección de Datos que -se supone- vela por mi intimidad. Pero mi teléfono móvil no deja de sonar a todas horas para venderme seguros de defunciones, nuevas líneas de teléfono, aires acondicionados, agua mineral a domicilio, maravillosas placas solares, regalos magníficos a cambio de nada, masajes relajantes, descuentos en mi factura de la luz…

Desde luego me siento de todo, menos protegida. Siento mi intimidad usurpada a todas horas. Me conocen, disponen de datos que yo no les di… Teléfonos que llaman desde cualquier rincón del mundo, a cualquier hora del día, en los que a veces detrás no hay más que una grabación de una voz humana que repite una y otra vez el mismo mensaje. No. Ya no venden enciclopedias a las puertas de casa, pero tengo dentro de ella a cientos de vendedores, dentro de mi propio salón, en contra de mi voluntad, que ponen mi integridad mental en serio peligro. Algunos incluso acabaron pidiéndome disculpas después de escuchar mis argumentos, comprensivos hacia su trabajo, pero que no cambian la situación de acoso al que soy sometida para que ellos puedan llevar un sueldo a casa. Así de simple.

Da igual lo que hagas, digas o tramites, porque el móvil sigue y va a seguir sonando sin descanso. Mientras tanto, cualquier entidad bancaria puede bloquearte una cuenta sin preguntar y sin avisar, sólo porque necesitas renovar un documento de identidad en su sede y alguien olvidó hacerlo. Y sólo puedes disponer de tu efectivo en la cantidad que te indique el único cajero que puedes usar en tu ciudad. Y te sientes un cero a la izquierda, pero un cero observado. Hablas de vacaciones junto a tu móvil y aparecen siete hoteles para un destino que ni siquiera tecleaste. Enciendes la tele y ahora resulta que el aire acondicionado no se podrá encender más que a una temperatura estipulada, que en algunas playas no se puede jugar ya a las palas, ni fumar, pronto ni usar crema solar. Y entonces sólo esperas que te digan a qué hora hay que comer, cenar, si verdura, carne o pescado y a qué hora vamos todos al baño, para que la Humanidad no se extinga. Cero a la izquierda, igual a nada.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios