Visto y Oído
John Amos
el poliedro
Hay un dicho popular que se usa en dirección estrategia e inversiones en Bolsa y portfolio de valores; es el que dice que no se deben "tener todos los huevos en la misma cesta". Se trata, según el consejo, de limitar el riesgo, en el entendido que la concentración extrema de los ingresos de una familia o empresa en una fuente, por muy caudalosa que esta sea, es peligroso: si dicha fuente se seca o contamina, la ruina será inmediata, y sin salvavidas, o sea, sin ingresos alternativos. Las llamadas matrices de cartera para corporaciones de cierta dimensión se basan en la dicotomía rentabilidad versus riesgo, variables cuyo comportamiento suele ser inverso: una ganancia segura suele ser baja; una ganancia con alto riesgo debe ser muy beneficiosa. Recuerden la sencilla, pero muy didáctica, Matriz de Crecimiento-Participación del Boston Consulting Group (BCG) (una entidad que asesora a nada menos que dos tercios del ranking Fortune 500): hay negocios vaca lechera, pero los hay perros muertos; los hay con estrella y los hay puro dilema. Los recursos naturales, la estructura económica sectorial, las infraestructuras o el nivel tecnológico de un país también tienen mucho de la dupla rentabilidad-riesgo. De forma que si, por ejemplo, un territorio tiene la fortuna de que ingentes toneladas de materias vegetales y millones de animales procesaran sus alimentos hasta depositarlos en el suelo y dejaran sus cuerpos muertos también en la tierra, junto con vegetales podridos, desde tiempos más que inmemoriales, con el tiempo tienen en su subsuelo un maná contemporáneo: el petróleo.
Si tienes esa inmensa suerte, hay dos posibilidades bien distintas, que caracterizaremos con ejemplos: mientras que la bolsa de crudo de Noruega no sólo garantiza altas pensiones y amplias coberturas públicas para varias generaciones, sino que también riega otros sectores de una economía abonada y muy desarrollada en recursos humanos y empresariales -un caso sinérgico de manual-, Venezuela o, a otro nivel, la propia Rusia, ambos ricos de cuna en materia prima energética, muestran síntomas de la ineficacia y falta de tensión hacia la búsqueda del desarrollo que, paradójicamente, pueden hacer enfermar a países premiados por la naturaleza. Es el triste caso del premiado con una gran lotería que acaba solo, abandonado, buitreado por los allegados sin verdadero amor... y arruinado. ¿Que nos gustaría tener las reservas de Noruega o Venezuela? Claro, sí: con los mimbres escandinavos. Pero el maná caído del cielo, o, como es el caso, surgido del subsuelo es un arma de doble filo: demasiado amor puede matarte, que cantaba Freddie Mercury. Carne roja diaria da gota, caviar una vez al día reseca las arterias. Una economía dependiente de un solo origen, por muy valioso que sea, puede hacer a dicha economía yonqui de dicho bien o actividad. Perderá tensión, capacidad de innovar y de crear capital humano. Aumentará su riesgo.
Son cada vez más las ciudades españolas que tienen una creciente parte de sus huevos en la misma cesta, o, dicho de otra manera, en las que el turismo asume una cada vez mayor parte de su PIB y empleo, obviamente en detrimento de otras actividades, por lo general más promisorias y de mayor valor para su sociedad. Por ejemplo, los nunca bien ponderados beneficios del efecto sede (el propio capital humano, los servicios de alto valor, cultura, etcétera). La sede de entidades de cierto nivel, aunque sea una delegación regional, no suele establecerse en parques temáticos para turistas, y menos para los de bajo presupuesto. En nuestro país, para mayor amenaza, esas joyas sociales y urbanas propias del desarrollo humano y empresarial se concentran en Madrid. No es esta una crítica al turismo; lo es al exceso. A casi todos los huevos en la misma cesta.
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