Cultura

Una guerra, todas las guerras

La de Javier Cercas es una de las voces más firmes que se han consolidado en nuestras letras en lo que va de siglo, de ahí que la creación de una biblioteca a su nombre parezca no sólo justo y conveniente, sino también atractivo y altamente recomendable. Esta Biblioteca Javier Cercas se inaugura con una novela: La velocidad de la luz; un libro difícil, que seguía a un gran éxito de público y critica, Soldados de Salamina. Un libro "necesario", lo llama el autor; necesario al menos para él, reconoce. En una de las prosas reunidas en La verdad de Agamenón -segundo volumen de la Biblioteca-, Cercas confesaba: "He escrito La velocidad de la luz para tratar de conservar la capacidad de seguir funcionando". Le urgía demostrar y demostrarse que, como creador, no se había agotado en aquella obra; que tenía todavía cosas que decir, que escribir.

La velocidad de la luz podría entenderse (y de hecho, así se ha entendido) como un complemento de Soldados de Salamina; o sea, una nueva propuesta que en la forma y en el fondo responde a parecidos puntos de partida y de llegada. En ésta, como en aquélla, Cercas teje un relato puramente novelesco, en el cual entrevera y se entrevé un fuerte componente autobiográfico. Esto despierta un interés adicional en el lector, que querría saber dónde acaba la memoria y dónde empieza la fantasía, y en qué medida se combinan ambas en el alambique del autor. En La verdad de Agamenón, Cercas echaba más leña al fuego: "Ninguna novela puede no ser autobiográfica; tampoco la mía". No hay misterio en esto: el novelista parte siempre de su experiencia personal -es inconcebible que parta de otra cosa que no sea su propia experiencia- para cimentar el edificio de la ficción. Lo diré así: en La velocidad de la luz la voz narradora es (lógicamente) la de Javier Cercas, pero no es (lógicamente) la de Javier Cercas.

La estrategia coincide, he dicho; también con los objetivos. Si en Soldados de Salamina, el telón de fondo lo ocupaba por entero una reconstrucción y una reflexión nada complacientes, nada condescendientes, de nuestra Guerra Civil, en La velocidad de la luz sentimos roer la carcoma de otra contienda: Vietnam; una guerra con una profusa filmografía en la que se forjó en parte nuestra educación sentimental: ahí están la hermosísima El cazador (1978) o la dantesca Apocalypse Now (1979), de Michael Cimino y Francis Ford Coppola, respectivamente. El sinsentido de la guerra de Soldados de Salamina, se transforma en la indagación de una guerra sin sentido en La velocidad de la luz: "En aquella guerra había una falta absoluta de orden o sentido o estructura, [y] quienes luchaban carecían de un propósito o dirección definidos y [...] por tanto nunca se conseguían objetivos, ni se ganaba o perdía nada, ni había un progreso que pudiera medirse, ni siquiera la menor posibilidad, no ya de gloria, sino de dignidad para quien peleaba en ella".

El protagonista de La velocidad de la luz es un joven aspirante a escritor que acepta una plaza de profesor de Español en una universidad norteamericana, Urbana (Illinois). Allí tiene como compañero de despacho a un tipo taciturno, poco amigo de hacer amigos, que luchó de joven en Vietnam, Rodney Falk, hijo de un país en permanente conflicto: "Sabía que su padre había hecho la guerra, que su abuelo había hecho la guerra, que la guerra es lo que hacen los hombres, que sólo en la guerra un hombre prueba que es un hombre".

Rodney Falk querría enterrar su pasado, pero a él no le ha sido dado el olvido. No acostumbra a durar demasiado en ningún empleo, y tampoco dura en éste. Desaparece sin más y, siguiendo su rastro, el narrador se encuentra con un montón de cartas escritas por Falk desde Vietnam, unas cartas que encierran una historia que merece o exige ser contada, la historia de aquella guerra, la historia de todas las guerras, la historia del mal que los hombres hacen a los hombres desde tiempos inmemoriales.

Años después, tras de haber conseguido un importante éxito editorial con una novela ambientada en la Guerra Civil, este narrador innominado decide recuperar la experiencia de Falk en Vietnam para un libro que, poco a poco, se construirá ante nuestros ojos. En el prólogo, Javier Cercas recuerda: "La velocidad de la luz fue la agónica manera que encontré de seguir adelante y demostrarme a mí mismo que ni siquiera el malentendido esencial del éxito conseguiría arrebatarme una de las mejores cosas que tenía: mi vocación de escritor". Lo demostró, y con creces.

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