exposición

La fotografía como arte en sí mismo

  • La National Portrait Gallery acogerá, la próxima primavera, una muestra con obras de Oscar Rejlander, Lewis Carroll, Margaret Cameron o Clementina Hawarden

Oscar Rejlander, Lewis Carroll, Margaret Cameron y Clementina Hawarden. Cualquier estudioso de la fotografía sabe que estos cuatro nombres (curiosamente, con dos mujeres entre ellos) son los de cuatro pioneros del arte fotográfico. Artistas que entendieron que la imagen fotográfica tenía una carga plástica y un mensaje más allá de la mera reproducción. La National Portrait Gallery londinense reunirá, durante la próxima primavera, varias de las imágenes de estos cuatro fotógrafos en la muestra Victorian Giants: The Birth of Art Photography. Entre ellas, quizá las más conocidas por el gran público, los retratos que Lewis Carroll realizó a Alice Liddell (la Alicia del País de las Maravillas) cuando era niña -incluso, cedida por el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, la polémica fotografía de La niña pordiosera, que abriría muchas de las suspicacias actuales en torno a la relación de Carroll con sus jóvenes modelos-.

Muchas de las piezas que ha conseguido reunir la muestra -procedentes tanto de los fondos del propio museo como de otras instituciones alrededor del mundo- se han expuesto ante el público en muy pocas ocasiones, dada la delicada naturaleza de fotografías y negativos, extremadamente sensibles a la exposición a la luz.

La colección -que podrá visitarse del 1 de marzo hasta el 20 de mayo de 2018- no sólo reunirá las imágenes más conocidas de la pequeña Alice Liddell sino también los retratos que tanto Lewis Carroll como Margaret Cameron le harían de adulta. Y no será la única modelo que se verá replicada en la serie: Tennyson, por ejemplo, fue inmortalizado tanto por Cameron como por Oscar Rejlander -nombres y rostros populares, al fin y al cabo, que se dejaban fotografiar por los artistas del momento-. No es extraño, tampoco -teniendo en cuenta los círculos de donde procedían y por los que se movían-, que los cuatro fotógrafos se conocieran entre sí. Tanto Carroll como Cameron y Hawarden, además, recibirían enseñanzas del Rejlander, considerado uno de los padres de la fotografía.

Será, además, la primera vez en 140 años que la National Gallery exhiba trabajos del artista sueco -la última vez que le dedicaron un monográfico fue tras su muerte, en 1875-. La muestra incluirá la que se considera su pieza más famosa, Los dos caminos de la vida: una composición que Rejlander realizó en 1857 utilizando 30 negativos distintos para componer un relato de carácter moral que tuvo que ser impreso en dos planchas distintas. Este juego fotográfico utilizando distintas capas hace que Oscar Rejlander sea considerado, también, un precursor de nuestro Photoshop. Victorian Giants expondrá, también, la serie de retratos sobre emociones humanas que el artista realizó a petición de Charles Darwin.

La fotógrafa Julia Margaret Cameron -a la que el V&A dedicó una muestra hace un par de años, en el bicentenario de su nacimiento- es otra de las protagonistas indiscutibles de la exposición. Se inició en la fotografía cuando ya había cumplido 48 años, con el propósito de sacar provecho al regalo de uno de sus hijos. Manipulaba el proceso de revelado para que sus fotografías parecieran tener un aura. Quedaba bien en las composiciones de angelitos y querubines que hacía. En los retratos convencionales, la manipulación del colodión húmedo parecía hacerles cobrar vida. El efecto brumoso y con máculas que tenían sus imágenes se interpretó a menudo en la época como una falta. Hoy día, sus retratos -entre los que se incluyen los principales pre-rafaelistas, Millais, Rossetti, Burne-Jones, que no parecían en absoluto verle errores a su obra- nos resultan sobrecogedores, desde luego alejados por completo del hieratismo que se suele asociar a las fotografías de la época.

Por último, la muestra también reúne ejemplos de los trabajos de Clementina Hawarden, hija de un almirante escocés que dejó numerosos retratos de su amplia familia. Murió con 42 años, posiblemente, a causa de la exposición a los peligrosos químicos que incluía por entonces la manipulación fotográfica. El propio Oscar Rejlander apuntaba en su obituario que su desaparición suponía una pérdida para el futuro del arte.

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