El tiempo
Del frío de Navidad a la lluvia del fin de semana

Felipe Benítez Reyes: “Toda vida, aunque parezca simple, esconde un trasfondo de misterio”

Libros

El autor publica la novela ‘La gente’ (Fundación José Manuel Lara), delicioso retrato coral de los habitantes de un pueblo.

“He intentado mantener la alegría, el agradecimiento por los dones del mundo”

El escritor Felipe Benítez Reyes (Rota, 1960). / Juan Carlos Muñoz
Braulio Ortiz

25 de diciembre 2025 - 10:27

“Leopoldo Vargas Grimaldi, de padre gitano y descendiente de aventureros genoveses por la rama materna, quiso ser matador de toros, pero engordó siendo joven y, por tirón telúrico de la mitad de su estirpe, la de las fogatas y los caminos inciertos, la del bronce, se metió a cantaor flamenco para dar quejidos elegiacos como manifestación de su mal entendimiento con el destino”. En La gente, la nueva novela de Felipe Benítez Reyes, que publica la Fundación José Manuel Lara, la vida es “una sucesión desordenada de anhelos que tienden a incumplirse”: hay farmacéuticos que sueñan sin éxito con poner su nombre a una píldora y mujeres que bordan las iniciales de sus novios imaginarios. De hecho, el manuscrito que encuentra Alberto Márquez Rancés entre el legado que deja su tío abuelo Miguel Rancés Olivares barajaba el título de Los afanes, “porque son personajes afanosos, cada cual tiene una ilusión, que bien se posterga o, más frecuentemente, se frustra”, resume Benítez Reyes.

El autor de ficciones como El novio del mundo o Mercado de espejismos, que le valió el Premio Nadal en 2007, despliega en su última obra un delicioso tapiz alrededor de los habitantes de un pueblo, una crónica bienhumorada y compasiva de las miserias y esperanzas humanas. “Yo tengo la impresión de que lo que consideramos vidas simples y rutinarias siempre tienen un trasfondo de misterio”, opina Benítez Reyes, que en este libro ha buscado el “relieve” de esas existencias aparentemente discretas. “Nos permitimos conjeturar sobre la gente que conocemos, incluso de la que conocemos simplemente de vista, pero yo creo que eso es una especie de vanidad psicoanalítica por nuestra parte [ríe]. La vida de cualquiera es prácticamente insondable... a veces incluso para uno mismo”, señala el roteño.

“La gente”, escribe Benítez Reyes, “daba por hecho que al Niño Roberto, propietario de la Fábrica de Hielo y Champanería la Royal, iba a matarlo el alcohol, pero el caso es que lo mató una frase. Una frase que dijo, eso sí, con mucho alcohol encima”. La fascinación por los giros insospechados que reserva toda biografía y los prodigios que esconden hombres y mujeres en su intimidad se refleja ya en el título de la novela. “Me sorprendía que no lo hubiese utilizado nadie antes. Consulté por ahí esperando que hubiese algún libro que se llamara así, al menos el tratado de un antropólogo [ríe], pero no”, confiesa el creador.

Por las páginas de La gente asoman individuos singulares como Canito el Suicida, que arrastra la soga por las calles del pueblo del mismo modo que Pachuco el Insomne o Polín el Majara pasean su desvelo o su sinrazón. “Tipos pintorescos hay en todas partes, lo que pasa es que en los pueblos se notan más: el escenario es más pequeño, y es más fácil que te los encuentres. Si vives en una gran ciudad, te topas una vez con ellos y si no viven en el barrio no los vuelves a ver. Pero en los pueblos son presencias habituales que dan tumbos por ahí”, apunta Benítez Reyes.

"No quise llevar a mis personajes a lo esperpéntico. Cada uno hace lo que puede con su vida, como mejor sabe, y los demás no somos nadie para juzgar”

El narrador de esta obra asegura que en las comunidades pequeñas los bulos adquieren “una saña grandiosa”, como comprobará Encarna la Polita, que “tuvo un niño que le salió enano” un año después de la visita de la Compañía de Liliputienses. “Lo terrible en un pueblo es la consideración del bulo como dogma. Si a alguien le cae un infundio malintencionado, que se persigne y que rece lo que sepa, porque no tiene escapatoria”, expone Benítez Reyes.

Cuando murió Remedios Valdés, otra de las figuras del vecindario, propietaria de Comestibles la Providencia “y la encargada de recitar las letanías en los rosarios de la aurora, pues tenía una voz que mezclaba la dulzura angélica con la firmeza castrense”, murieron con ella palabras que solo usaba ella. “Describía a una muchacha, por ejemplo, como espantijosa, que venía a ser una categoría intermedia entre pudorosa y remilgada, o bien como salpicona, por alegre y vivaracha”, se lee en La gente. “Había un léxico familiar, que se entendía en un círculo cerrado”, apunta Benítez Reyes sobre un vocabulario propio “compuesto por neologismos o por palabras con el significado original modificado. A todos nos ha vuelto a la memoria con el paso del tiempo un término, y lo hemos buscado en el diccionario y resulta que no existía. Intenté reflejar también esa riqueza de la lengua como una característica de la vida pueblerina”.

Tan importantes como las palabras son los silencios y las omisiones: el familiar que encuentra el manuscrito de La gente borrará el pasado franquista de su tío abuelo. “El tiempo de la guerra se convierte en un tabú: de eso no se habla, no se cuenta nada”, reflexiona el ganador del Premio Hermanos Machado de Poesía hace un par de años por La ocasión y el homenaje. “Ese secreto se va manteniendo en el tiempo. A mucha gente le incomoda la memoria democrática porque significa recuperar un pasado que permanecía inerte y enterrado. Casi todas las familias tenían algo que callar”, dice el autor, que conecta La gente con otras narraciones como Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters y Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, “relatos corales que cuentan la vida en un pueblo. En el primero las historias surgen de los epitafios del cementerio, y en mi libro hay algo de eso: también es un catálogo de muertos”.

Benítez Reyes vuelve a exhibir aquí el ingenio ocurrente que le caracteriza, pero afirma que el humor no surgió de una búsqueda premeditada. “Los personajes tienen un punto de comicidad casi involuntaria: son cómicos por fatalidad. Por su propia forma de entender la vida, por su forma de manejarse en el mundo, por sus aficiones, por sus manías...”, ahonda el autor, que “no quería cargar la mano en aspectos emotivos ni dramáticos, el narrador es un cronista que está contando cosas desde cierta objetividad. Creo que conseguí una mirada compasiva. No hay un afán de llevarlos a un territorio de lo esperpéntico. Aquí cada uno hace lo que puede, como mejor sabe, y los demás no somos nadie para juzgar”, concluye Benítez Reyes,

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último