La barca de Caronte
Carlos Barral. Seix Barral. Barcelona, 2009. 118 páginas. 15 euros
Fue uno de los grandes editores del siglo XX, un hombre de muchas lecturas que gustaba de ejercer la seducción y proyectó su indudable carisma durante décadas de fecunda actividad profesional. Pero Carlos Barral (1928-1989) fue también escritor, no menor y desde siempre. Como poeta, dejó una obra rara y exquisita, bastante alejada de los tonos practicados por sus compañeros de generación. Los tres tomos de sus memorias, luego reunidos en un solo e imprescindible volumen, se han convertido con toda justicia en un clásico del género. Incurrió asimismo en el territorio de la ficción, aunque su única novela publicada, Penúltimos castigos, fue un modo apenas distinto de cultivar la autobiografía. Por otra parte, la edición de Los Diarios (1957-1989), al cuidado de Carme Riera (Anaya & Mario Muchnik, 1993), deja constancia de varios malogrados intentos narrativos: uno antiguo, proyectado junto a Jaime Gil de Biedma hacia 1958, del que conocemos sólo el argumento; y otros dos, concebidos en las postrimerías, que tampoco llegaron a culminarse: Sergia, un bosquejo congelado, y El azul del infierno, ahora recuperado por la estupenda colección Únicos de Seix Barral. Precedida de unas palabras de Vargas Llosa, que apenas justifican la mención en cubierta, y seguida de un epílogo del nieto de Barral -el también editor Malcolm Otero-, la edición incluye unos fragmentos, ya conocidos, del diario del autor, que se ofrecen además en facsímil y permiten seguir de cerca el truncado proceso de composición de la novela.
La razón por la que Barral se embarcó en esta aventura postrera la encontramos en una anotación -no incluida en la selección aquí reproducida- de los citados Diarios: "Negociaciones con C. Balcells para un teórico contrato de 1.000.000 de anticipo (un relato sobre La barca de Caronte de Patinir) para cubrir deudas. En el terreno de las deudas la situación es angustiosa". Se trataba de inaugurar un proyecto de colección, auspiciado por Plaza y Janés, que pretendía publicar narraciones inspiradas en obras maestras de la pintura universal, en este caso el famoso e inquietante El paso de la laguna Estigia de Joachim Patinir. Barral puso por escrito el planteamiento de la novela y los tres primeros capítulos, pero su muerte -en diciembre de 1989- dejó inconclusa la obra, cuyo esbozo ha permanecido inédito hasta ahora.
Son páginas que reflejan muy bien algunos de los motivos e inquietudes recurrentes del editor y poeta: el mar, la familiaridad con los clásicos, la relación excesiva con el alcohol y una angustia existencial -sumada al miedo a la muerte- que le había acompañado desde su juventud y fue a más con el paso de los años. La protagonista de la narración -una "nouvelle a pie forzado y de urgencia"- es una profesora de arte dramático, Julia Reis, a la que comunican el accidente de su hijo, integrante de una cuadrilla de buceadores que se dedica al expolio arqueológico. El guión preveía incluir un tratamiento en profundidad del tema de la culpa y una visita delirada al país de los muertos, pero el desarrollo apenas va más allá del planteamiento inicial, que muestra a una mujer aturdida mientras visita el Museo del Prado, donde se expone el lienzo de Patinir. La elección es bastante significativa. Predomina una atmósfera de desasosiego en la que no es aventurado reconocer el estado de ánimo del propio Barral, de vuelta de mil batallas, que enfrenta el crepúsculo con la sospecha no infundada de que el tiempo le ha alcanzado. Al otro lado del azul imposible, Caronte aguarda.
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