Juan manuel de prada

"A estas alturas, lo único que quiero de verdad es empezar de nuevo"

  • Acaba de publicar 'Mirlo blanco, cisne negro' (Espasa), una novela de humor cáustico en la que el escritor da por ajustadas las cuentas con el mundillo literario y consigo mismo

-Viene de escribir una serie de novelas muy distintas, historias de época, con otro tono, menos personales. ¿Por qué tuvo la necesidad de escribir ésta?

-Después de muchas turbulencias en mi vida encontré un momento de cierta serenidad para contemplar mi dedicación a la literatura con distancia, tanto el éxito del comienzo como el hundimiento de la madurez. Era el momento adecuado para hacer este ejercicio que no sé si llamarlo striptease o confesión. No es que lo que cuente en la novela sea autobiográfico, porque nada me ha sucedido a mí tal cual, pero sí es una novela muy confesional. Esa sería la palabra, más que autobiográfica. Más allá de que la peripecia de la novela no me haya ocurrido a mí, el trasfondo espiritual, anímico e intelectual tiene un fuerte contenido vital.

-Es inevitable pensar en el joven y prometedor Alejandro Ballesteros que llega de provincias para comerse el mundo y en el veterano y consagrado Octavio Saldaña como proyecciones de su propia experiencia...

-Sin duda. Tienen mucho de mí, es verdad que mezclados con otros rasgos que nada tienen que ver conmigo, inventados o tomados de otras personas a las que he conocido, pero sí, digamos que la médula de estos personajes son proyecciones desmesuradas, caricaturescas, de mi personalidad. Los personajes son un poco los Pradas que yo hubiese sido si me hubiese dejado arrastrar por las tentaciones que tienen, la tentación del éxito y la tentación del desistimiento y de la rabia. Yo las tuve en distintos momentos de mi vida y, para bien o para mal, las superé.

-Otra tentación: leer la novela en clave, atisbando continuamente los posibles guiños a las personas reales en que se inspiran los personajes. Asumo que contaba usted con ello...

-La verdad es que en ningún momento quise escribir una novela en clave, para nada, y de hecho no creo que se pueda establecer una identificación con nadie porque lo que quise hacer fue retratar distintas modalidades de escritor. Desde luego en los dos protagonistas principales no hay posibilidad de encontrar equivalentes porque están inspirados en mí mismo en cierta medida, y los secundarios más que nada retratan tipos humanos de la fauna literaria. Cualquier intento de hacer una lectura de la novela en clave conduce a la melancolía y al fracaso, y además sería una lectura distorsionadora de la novela, no había en ningún caso esa pretensión.

-La novela tiene muchas capas de lectura y una de las más importantes es la reflexión sobre las relaciones entre discípulos y maestros, entre autores jóvenes y consagrados. De nuevo, es difícil no acordarse leyéndola de su propia relación con Umbral. ¿Fue su maestro más importante y a la vez más conflictivo?

-Sin duda alguna. Tuve relaciones con muchos escritores, con varios de la generación inmediatemente anterior a la mía, pero fueron mucho más profundas y fructíferas con Umbral y con Cela. Esto es sociología literaria, pero no deja de ser curioso: un escritor siempre encuentra mayor complicidad con los abuelos que con los padres, por decirlo así. Con Cela siempre hubo una relación pacífica: él estaba instalado ya en la gloria literaria, más allá del bien y del mal, y no te veía como un competidor sino como un chico al que acosenjar. Con Umbral fue mucho más problemático y doloroso el vínculo, pero también más intenso. Fue el escritor al que más admiré en mi juventud y hoy, después de que mi relación con él terminara como el rosario de la aurora, me atrevería a decir que fue el mejor escritor español de la segunda mitad del siglo XX, con el riesgo que tiene hacer esta afirmación, porque Umbral es un escritor muy desigual y escribió miles de páginas, de las cuales muchas son penosas. Pero tenía una personalidad literaria única y extraordinaria. Hoy veo las cosas de otro modo y me gusta más recordar sus cosas buenas que las malas.

-La novela refleja también el panorama de desolación del sector editorial...

-Ha sido una evolución trágica, lamentable, la mires por donde la mires. Entiendo las circunstancias terribles que la han desencadenado: la crisis económica, la piratería... Las editoriales, para sobrevivir, han tenido que enfocar su producción hacia un determinado tipo de libro que nada tiene que ver con lo literario. Pero yo creo que eso es pan para hoy y hambre para mañana. Es evidente que si publicas las memorias de un presentador de televisión vas a vender más que si publicas una novela de Juan Manuel de Prada, pero no creas un público lector, porque la señora o el señor que se compra las memorias del presentador de televisión tiene interés en el presentador, no en las memorias ni en la literatura. Estás abandonando a los lectores, que se van a refugiar en editoriales más pequeñas o en bibliotecas o van a desistir simplemente porque lo que se les ofrece es bazofia. Entiendo que hay que publicar un determinado tipo de libros para cuadrar las cuentas, pero la deriva es peligrosa, miras el catálogo de las grandes editoriales y es sofocante: youtubers, cocineros, presentadores de televisión...

-A lo mejor ocurre también que no hay lectores en España. El último estudio del CIS acerca de esto señalaba que el 40% de los consultados no había leído un solo libro en el último año...

-Yo pienso que son más, porque en ese tipo de encuestas en las que estás contestando algo que te deja en mal lugar la gente miente, sin más. Es como si le preguntas a la gente que si folla... O sea que si un 40% de la gente dice que no lee jamás, es porque como mínimo es un 60% o un 70%. Volviendo al tema de antes: esto es como cuando había un solo canal de televisión; podías ofrecer una versión de La vida es sueño o Fuente Ovejuna o podías ofrecer un concurso de pedos. Parece evidente que la gente no está muy interesada en Calderón de la Barca o en Lope de Vega, pero tampoco necesariamente ha de estar interesada en los concursos de pedos. Tú puedes ahí crear un público, y ese es el problema de las editoriales. En España hay muy poca gente que lee, pero hay gente que sí lee, y a esa gente hay que cuidarla. Además, aunque esto en las sociedades capitalistas se olvida dramáticamente, yo creo que hay una responsabilidad moral en quien fabrica algo. Las cosas no son simplemente objetos de consumo, como nos predica nuestro tiempo, las cosas crean un sentido de pertenencia, generan unos hábitos, cambian a los seres humanos. Así que del mismo modo que no es lo mismo en el caso de un carpintero una silla bien hecha que una montada de cualquier manera, en el de un editor tampoco es lo mismo publicar ese tipo de bazofia que publicar libros valiosos, que puedan de verdad servirle a la gente.

-El caso, a fin de cuentas, es que la literatura parece haber perdido relevancia social, por no decir que no importa ya en absoluto o que ocupa un lugar residual en la vida pública...

-Esto es lastimoso y terrible, pero es un hecho. De alguna manera mi novela trata de mostrar justo el momento del colapso, el momento en que la literatura todavía tenía una presencia social de la que hoy definitivamente carece. Y se nota en muchas cuestiones. Hoy en día un escritor, si quiere tener cierta relevancia mediática, no la va a conseguir por su faceta de escritor, sino renunciando a ella, convirtiéndose en un bufón o en un personaje televisivo. Pero creo que también el propio medio literario tiene parte de la responsabilidad en esto porque ha trivializado mucho el mensaje que lanza, y los medios de comunicación y el periodismo cultural también han mentido mucho, y cuando tú consagras a escritores absurdos o aplaudes obras que no hay por dónde cogerlas, eso genera en el lector un desánimo y un sentimiento de engaño, de haber sido defraudado. En fin, se han cometido muchos errores.

-¿Se siente usted un fin de raza?

-Bueno, yo me considero una especie de diplodocus o de monstruo del lago Ness. Soñé en mi juventud algo difícil, casi inalcanzable: convertirme en un escritor, ganarme la vida con la literatura. Hoy eso es un completo disparate. En ese sentido no me considero un escritor fin de raza, sino miembro de una raza ya extinta. No sé ni siquiera cómo sobrevivo... Pues eso, como el monstruo del lago Ness.

-¿Y por qué se siente denostado por el establishment?

-Bueno, creo que es una cosa muy difícil y al mismo tiempo muy simple de explicar. Yo adopté una serie de posiciones vitales, ideológicas, religiosas, que son consideradas totalmente indeseables por nuestra época. Digamos que he mantenido una actitud de contestación que es muy difícil de sostener, porque los paradigmas culturales son cada vez más hegemónicos, y cuando sostienes otros tienes un encaje muy difícil. Bajo una fachada de pluralidad, vivimos en una sociedad muchísimo más uniformizada que nunca.

-En la novela aparece también la proliferación de tertulias televisivas digamos muy inflamadas ideológicamente. En las que usted mismo participó. Supongo que es consciente de que esa significación contribuyó a reforzar la animadversión que suscita entre tantas personas...

-Sí, claro. Yo participé en esas tertulias políticas durante muy poco tiempo, pero indudablemente me hizo mucho daño. Me hice ese daño a mí mismo en la medida en que tomé esa decisión porque yo estaba sin escribir. Cinco años sin escribir llevaba. Estaba pasando por una situación personal muy difícil, me sentía muy quebrado interiormente, y para ganarme la vida hice aquello. Es una cosa de la que me arrepiento, pero la vida es así, te zarandea y a veces haces cosas que no deberías haber hecho, aunque en la coyuntura en que las hiciste sí que eran más fácilmente comprensibles.

-Para muchos, su pensamiento es de ultraderecha. Y, sin embargo, en alguna ocasión ha expresado su simpatía, con todos los matices que usted quiera, hacia Podemos. ¿Le gusta ejercer de francotirador en soledad?

-Bueno, pues sí, probablemente sí, pero creo en cualquier caso que esa es la misión y la condena de todo auténtico escritor. También Valle-Inclán o Unamuno generaban mucha controversia con sus opiniones y había gente interesada en decir que Valle era carlista mientras que a otros les interesaba decir que no, que era anarquista, del mismo modo que Unamuno para unos era socialista y para otros falangista. Los grandes escritores se distinguen por su unicidad y por la incapacidad que hacen sentir a los gregarios que intentan meterlos en el redil. En ese sentido, la verdad, me puedo sentir satisfecho...

-Parece condenado a polarizar a la gente. Existe esa imagen suya de oscuro profeta del Apocalipsis, pero es capaz de ramalazos de humor como el que ofreció en aquel divertido cameo, riéndose mucho de sí mismo, en la serie ¿Qué fue de Jorge Sanz?...

-Es que el sentido del humor está presente en toda mi obra. Yo diría que esas visiones distorsionadas de mí vienen de la gente que no me lee y que necesita o bien adherirse a falsas imágenes o bien defenestrar falsas imágenes. Pero la realidad es que muchas veces esas imágenes nada tienen que ver conmigo mismo. Contra esto no puedes luchar. Durante mucho tiempo me di cuenta de este perverso hecho: la gente tiene una imagen de ti que nada tiene que ver contigo, pero no tiene sentido tratar de borrar o de contradecir esa imagen, lo cual sería un poco grotesco, como si estuvieras pidiendo perdón. Uno ha cometido sus errores, pero bueno, como todos, ¿no? Ahora bien, que te hagan cargar con sambenitos que nada tienen que ver contigo... Ante eso no puedes hacer nada. Un escritor lo que tiene que hacer es seguir escribiendo, esa es la única forma de lucha que existe. En estos tiempos de acoso de la imagen, muchas veces un exabrupto que soltaste en televisión hace diez años pesa más que los 20 libros que has escrito.

-¿Mantiene algún tipo de relación con los autores de los 90 que empezaron a publicar al mismo tiempo que usted?

-Hubo algunos con los que nunca la tuve. Siempre se habla del Premio Planeta como de una cosa amañada y la verdad es que cuando lo gané vivía en Zamora y era un escritor que había publicado tres obras anteriormente en una pequeñísima editorial y que no tenía trato con escritores. Cuando me instalé en la villa y corte habiendo triunfado, la percepción que se tenía de mí fue bastante hostil.

-¿Ha cambiado para usted durante todo este tiempo la concepción de lo que significa el verdadero éxito literario?

-Afortunadamente, no. Yo disfruté de un éxito literario estrepitoso, fulminante, pasé de ser un autor anónimo a vender medio millón de ejemplares, y eso lo viví teniendo 26 años. Luego conocí el éxito mediático, que es otro tipo de éxito y, en contra de lo que la gente que no sale en los medios piensa, no te hace vender más libros, todo lo contrario. De los dos éxitos he renegado porque me di cuenta de que si quería llegar a algo en mi carrera, si quería escribir novelas sinceras y personales, tenía que apartarme de eso. El éxito te impide trabajar, te desconcierta, te aturde, te convierte en esclavo de tu propia imagen. Diría incluso que el escritor no se hace con el éxito, sino con su capacidad para sobrevivir al éxito o incluso para repudiarlo. A estas alturas he llegado a un punto en el que lo único que de verdad busco es poder empezar de nuevo.

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