Cultura

Retrato trágico malogrado por la mediocridad

El cine de acción extremadamente violenta con tintes de suspense criminal, es decir el thriller, ha encontrado una nueva estética seudorrealista (distorsión del color, grano duro de la imagen, montaje histérico, cámara hiperactiva) y un nuevo filón pos 11-S (la conspiración terrorista). Traidor suma estas dos vertientes adscribiéndola con poca fortuna a un género de gran nobleza literaria: la novela de espías tristes o la novela triste de espías -lo mismo da- que tuvo en Joseph Conrad su más alto y melancólico maestro (El agente secreto) y en Graham Greene (Nuestro hombre en la Habana, El factor humano) y John Le Carré (El espía que surgió del frío, Llamada para el muerto) sus más importantes divulgadores. No alcanza esta película los abismos de tristeza descritos por Conrad, Greene o Le Carré, en cuyas obras el espía es la representación del hombre que Robert Musil llamó sin atributos, carne de cañón de guerras frías o sucias, utilizado y detestado, siempre bajo sospecha de deslealtades, muerto sin honores, tumba sin nombre.

Jeffrey Nachmanoff no tiene fuerzas -lo suyo es el cine de acción digitalmente espectacular ligera: El día de mañana- para utilizar en este sentido al protagonista de esta interesante, aunque no bien resuelta, historia de un sospechoso que fue héroe y ahora es perseguido como traidor inserto en las redes terroristas islámicas. Lo suyo es esa estética seudorrealista antes descrita y la utilización primaria de los terrores pos 11-S. Sólo la interpretación de Don Cheadle logra dar un cierto peso dramático a lo que sin él sería más mediocre de lo que es.

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