Largo viaje hacia la Torre Oscura

cómic

Mientras llega el rodaje de su adaptación, Debolsillo saca el décimo volumen basado en la saga de Stephen King

Poderosas imágenes pueblan las páginas.
Poderosas imágenes pueblan las páginas. / .
José Abad Granada

16 de noviembre 2016 - 02:15

En el momento de escribir estas líneas, el cómic inspirado en La Torre Oscura de Stephen King ha alcanzado su décimo volumen, todos ellos publicados por Debolsillo. En este punto, aquí y ahora, la historia de Roland Deschain, hijo del señor de Gilead, del linaje de Eld, ha alcanzado el espesor y el ímpetu de una torrentera; no se me ocurre un símil mejor. Nadie sabe por dónde tirarán las aguas, a quién o qué arrastrarán consigo, pero es fácil de prever que si el fracaso editorial no levanta el dique de contención contra el cual nada pueden los cauces más revoltosos, ésta seguirá creciendo en magnitud y en intensidad -en fárrago, tal vez-, mientras la corriente susurra al lector: sígueme, sígueme, sígueme. Recordemos por dónde van los tiros: El protagonista es investido "pistolero" a la edad de catorce años. Pocos saben que el chico está llamado a acabar con el reinado de terror de John Farson y el Rey Carmesí, un inquilino de los abismos infernales. Quienes sí conocen la profecía son sus enemigos que, reacios a las disposiciones del destino, pretenden liquidar al joven antes de que él los liquide a ellos.

En el volumen inaugural, El nacimiento del pistolero, nada más ganar sus armas, Roland se enfrenta a las huestes de Farson, un outlaw con el rostro oculto tras una máscara confeccionada con piel humana. El desenlace desprende el agrio tufo de la derrota pues desbaratar los planes de Farson ha acabado costándole la vida a Susan Delgado, la chica de quien Roland se había enamorado. Esta aventura enseña una primera lección al joven pistolero: Vivir es sumar cicatrices. En El largo camino a casa, el rito iniciático se completa con una experiencia al borde de la locura: Roland entra en un universo de pesadilla a través de una esfera mágica que había arrebatado a Farson. El joven sufrirá nuevos remiendos en el cuerpo y en el alma en Traición, La caída de Gilead y La batalla de la Colina de Jericó, tercer, cuarto y quinto volumen de la serie. De regreso a Gilead, Roland y los suyos deben prepararse para hacer frente a los ejércitos de un Farson decidido a borrar del mapa la casta de los pistoleros. Los lances suceden extra e intramuros. Algunos infiltrados boicotean las defensas de la fortaleza y Roland, presa de las males artes del enemigo, asesina a su propia madre, amancebada a uno de los lugartenientes de Farson. Y a la primera lección se añade una terrible apostilla: En el cuerpo siempre hay espacio para una cicatriz más. En el sexto volumen, El viaje empieza, se inicia un nuevo ciclo narrativo que debe abarcar los doce años que siguen a la destrucción de Gilead. Según la guionista Robin Furth, este nuevo ciclo ha de explicar la transformación de Roland Deschain en "el pistolero errante, solitario, resentido y peligroso que encontramos en la primera novela [de Stephen King]". Abundan los apuntes inquietantes: en Las hermanitas de Eluria, Roland va a dar con sus huesos en un poblado fantasma, un puñado de casas en mitad de ninguna parte en donde unas monjitas de mirada torva y recias mandíbulas se alimentan de los viajeros que extravían el camino.

En La batalla de la colina de Jericó, La estación de paso y El hombre de negro -octavo, noveno y décimo volumen- el nudo se cierra y estrecha en torno al cuello del protagonista, y aprieta, aprieta, aprieta… Definitivamente, el aislamiento y la acritud son una respuesta legítima a un mundo atroz; un mundo que bebe de dos fértiles veneros épicos, la fantasía heroica y el western, y que además apela al relato de terror cósmico y la tragedia isabelina. Una estrategia típica del sincretismo hodierno.

Sea como fuere, a pesar de los guiños a Sergio Leone o William Shakespeare, dos autores no tan disímiles como cabría pensar, no creo que ningún lector se llame a engaño: La Torre Oscura se erige a partir de los bosquejos de dos arquitectos muy distintos: J. R. R. Tolkien y Howard P. Lovecraft. El nudo argumental es hasta cierto punto el previsible, no voy a discutirlo; la diferencia está en los detalles y, en esta saga abundan los apuntes inquietantes, las sugerencias intrigantes, los pasajes resbaladizos, las pozas profundas. Por si no bastara, la extraordinaria labor gráfica logra que olvidemos las flaquezas del guión.

Los volúmenes ilustrados por Jason Lee se benefician de una muy peculiar y oportuna atmósfera onírica. En los trazos de este artista se reconcilian el peso del mundo y su evanescencia, el rugido y el susurro, el golpe y la caricia. Para Jason Lee, el entramado argumental es sólo un punto de partida, una simple excusa para ponerse a prueba y, como El Bosco delante del lienzo, ver cuánto es capaz de imaginar.

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