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Réplica del cuadro '¡Y tenía corazón!', de Enrique Simonet, una de las pinturas a las que se acerca Ydáñez.

Réplica del cuadro '¡Y tenía corazón!', de Enrique Simonet, una de las pinturas a las que se acerca Ydáñez.

Dos valores destacan en Santiago Ydáñez (Puente de Genave, Jaén, 1967): su modo de poner la pintura y su reflexión sobre la imagen.

Ydáñez, al pintar, emplea abundante pasta. Sus cuadros parecen modelados con tanta fuerza táctil como visual. Esos valores táctiles exigen mirar las obras de cerca porque en la distancia corta se advierte mejor el sutil y eficaz uso del color.

En cuanto a la imagen, Ydáñez trabaja generalmente a partir de fotografías. Paisajes, rostros de esculturas barrocas (expuestos en Granada en 2010) o retratos son elaboraciones pictóricas de imágenes fotográficas, con lo que logra dos cosas de interés: distanciarse del objeto y abrir un diálogo fértil entre la imagen técnica y de masas (la foto) y la pintura.

Las dos características aparecen en esta muestra. Trabaja fotografías, como la de Ramón y Cajal en el gabinete de disección, un retrato de Joselito el Gallo y reproducciones de Simonet, Caravaggio y Goya. Quizá uno de sus torsos femeninos se relacione estrechamente con una memorable foto de Man Ray. En cuanto al modo de poner la pintura, los valores táctiles y el hábil manejo del color son evidentes en su ambiciosa elaboración del mural de Villa Livia y en las imágenes de animales que aparecen en el ala derecha de la exposición.

Pero hay en la muestra un hilo temático que no he detallado. La reducción del Desastre 37 de Goya a la figura del empalado y la supresión de anécdotas en la Judith de Caravaggio prestan especial contexto a las imágenes de disección y al torero muerto. Son figuras a las que se resiste la mirada porque oscilan entre el horror y lo abyecto, sin que falte la presencia del fetiche. Cuerpos deshechos, animales agresivos, desnudos femeninos reducidos a objeto, escenas de zoofilia y un conjunto de pequeños objetos: cajas, de apariencia inocente o lujosa, pero que guardan, digamos, su secreto. El discurso de las imágenes elegidas no sigue una pauta clara: oscila entre la vecindad con lo animal y la perversión. Esto ya plantea ciertos interrogantes que se acentúan por la excesiva literalidad de determinadas imágenes. Nadie duda del interés de la indagación ni de la competencia pictórica de Ydáñez, pero algunas obras se antojan precipitadas. Decía Malraux que los grandes artistas no son transcriptores de la naturaleza sino sus rivales. Ydáñez hasta ahora ha seguido esta vía, pero en algunos cuadros de esta muestra puede haber invertido los términos.

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