Delito no tipificado
El público malagueño, tan bueno o tan malo como cualquier otro de este país o del mundo entero, sigue empeñado en cubrirse de dudosa gloria cinéfila con la concesión, temporada tras temporada, del premio del ídem a determinadas cintas españolas que, presentadas en su particular festival de la cosa, dan precisamente la muestra del nivel más bajo y rastrero de nuestra cinematografía patria, un nivel que se cuece hoy con los ingredientes menos exquisitos de la telebasura pasados a la gran pantalla con todas sus rudimentarias maneras de producto de usar, trincar y tirar. No digas nada, a lo que íbamos, viene de ganar un premio del público en el pasado Festival de Cine Español de Málaga. Temblorosos ya ante el cartel promocional, cutre y feo donde los haya (que nadie se engañe), entramos con la acostumbrada congoja a una sala ruidosa y furiosa en la que abundan los pies encima de los asientos y un olor a palomitas, refresco y humanidad que echa para atrás. La simbiosis entre ambos lados de la pantalla está, por tanto, servida en bandeja desde el minuto uno.
Lo que se proyecta en la tela blanca, les doy cuenta, se aproxima al delito cinematográfico en primer grado con la forma de una alargada telecomedia protagonizada por una pandilla de niñatos de instituto que, hartos de su rutina y envalentonados con su estulticia, deciden cargarse al personal con palas, bates de béisbol y escopetas de cañones recortados.
Al debutante Felipe Jiménez Luna parecen hacerle mucha gracia sus chistes malos; tanto, que hasta se permite el gustazo de desdoblar la pantalla para contarlos a pares o ponerles música rap con letras escritas ex-profeso (sic). Un nutrido grupo de adolescentes aspirantes a actores de televisión pasean palmito y ponen caras raras por los paisajes de Torrelavega, mientras que sus acompañantes adultos, el popular frutero Santi Rodríguez y el engolado Ramón Langa, hombre de mucha voz y poco talento, se disfrazan sin pudor para sumarse a este engendro que debería quitarle de un tirón los 12 puntos al carné de sus creadores.
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