Cultura

Coti se gana el paraíso

  • El cantante argentino cautivó la noche del viernes al público del Gran Teatro Falla con energía y complicidad, sugestivo carpe diem rockero

Coti se pone duro, aparece por el Teatro Falla el músico cosmopolita, cómplice y energético y se gana el paraíso del tirón. Primero pide una breve moqueta para moverse y dar brincos sin problemas y le proporcionan la alfombra de la tía Carmen, con motivos ornamentales y aspecto hogareño. Coti, lejos del cantante almibarado y melancólico que pintan por ahí, mucho más rockero que en los discos y habilidoso en las distancias cortas, calza zapatillas de deporte. Su hermano Matías, botas de cuero. Ambos dirigen el cotarro rocanrolero. Coti abre el concierto con la nostálgica Tuvimos, metáfora que bien podría aplicarse a su Argentina natal y a la misma Cádiz atlántica, pero el artista abandona los tiempos mejores y las añoranzas para adentrarse en el palpitante Aquí y ahora, homenaje al presente, ahora que "el futuro nos devora y desespera". Así que la gente, muchas parejas jóvenes que no llenan el coliseo pero se implican en la tarea, aprovecha el momento y participa de lleno. Coti logra arrancar los sillones de la mente del público, "obliga" a éste a batirse en palmas y a la postre lo pone en pie para bailar sobre sus recuerdos. Las Palmas, 3; Rock & Roll Sentado, 1. Abanicos de colores, pedal steel, electricidad y cariño, una banda impecable y un sonido manifiestamente mejorable que sepulta la voz de Coti e impide disfrutar de los matices y las melodías. Aun así, fiesta de guitarras y canciones redondas. Coti se gana a la gente a base de canciones, humildad y talento. Sólo recurre a sus grandes éxitos en el tramo final del concierto; antes presenta su nuevo disco casi al completo, donde vuelve por sus fueros, y practica con la destreza del músico argentino la música anglosajona con acento criollo. Coti cae bien.

"Un placer estar aquí, en la cuna del Carnaval, padre del Carnaval ríoplatense, sí señor", preludia el artista y se gana el paraíso, el gallinero, el anfiteatro más cerca del cielo de Cádiz. Luego, Coti pugna contra la ecualización del sonido, "¿se escucha?", y alguien exclama desde el patio de butacas: "Poned la música más bajita". "Decídselo al amigo", interpela Coti señalando al señor Maximiliano, que controla el sonido con las dos manos acaso pensando que se halla en una plaza de toros y no en un teatro con acústica delicada y milagrosa. Maximiliano no se entera, echa a pelear las guitarras y no permite el lucimiento de los juegos vocales, pero el rock & roll se apodera de todo. Coti suena a Makaroff, a Moris, a Dylan y a sí mismo, ya ha creado su sello inconfundible. Lanza un par de guiños a Beatles (Hard Day's night) y Rolling (Emotional Rescue), y en diversos tramos de la noche se antoja stoniano, tequilero, calamaro en su tinta y tanguero, canchero y argentino mundial. Todo en uno. En dos Cotis. Suena mejor el Coti semiacústico que el rockero, por culpa de la maldita reverberación, pero ambos cautivan al público. Carpe diem.

"Este lugar es mágico, tradicional, mítico", insiste el cantante mientras transpira "como un loco" y la gente se adueña de su repertorio. "Qué público más afinado, la música sale de acá", piropea Coti al personal, que premia la Canción del adiós, muy superior a la versión grabada, apasionada, arrabalera, casi recitada, directa al corazón. "Sin vosotros no hay canciones, ni músicos, ni teatros". Y tras el tributo al presente, aquí y ahora, significativo tema con mensaje idóneo para estos tiempos quietos, y la versión de una pieza compartida con Julieta Venegas que el espectador conoce al dedillo, arremete con las piezas de su primer disco, las tarareables y contagiosas Antes que ver el sol, Nada fue un error, Lo mejor para los dos y Mis planes. El Coti más rockero salta sobre su alfombra mágica. Se encienden las luces y suena Charly García por los altavoces, Yo no quiero volverme tan loco, legendaria copla del cancionero argentino. Aquí y ahora, en el ciclo VivAmérica, por siempre.

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