Algeciras en la batalla de Bailén

Con el 203 aniversario de la contienda contra las tropas francesas también se conmemora el papel que desempeñó la ciudad · Un gran número de campogibraltareños voluntarios participaron en la lucha

Recreación de la batalla de Bailén, el año pasado.
Recreación de la batalla de Bailén, el año pasado.
Manuel Tapia Ledesma / Algeciras

19 de julio 2011 - 05:00

En estos días se cumple el 203 aniversario de la batalla de Bailén, y como en otras no menos destacadas citas históricas, la ciudad de Algeciras, sede en 1808, de la Comandancia General del Campo de Gibraltar, tuvo un protagonismo muy destacado al comienzo de la contienda; y más concretamente, en los prolegómenos y posterior desarrollo de la célebre batalla.

En aquellos primeros años del siglo XIX, las noticias relacionadas con la presencia del ejército francés en territorio español, que llegan hasta el Campo de Gibraltar son inquietantes.

El día 3 de mayo, Andalucía se pronuncia en favor de Fernando VII, durante las siguientes jornadas reina la confusión, se habrá de esperar hasta el 27 del mismo mes, para constituirse la Junta Suprema de Sevilla.

Una de las primeras medidas tomadas por la Junta, consistió en enviar hasta la Comandancia General del Campo de Gibraltar -con sede en Algeciras-, un comisionado para entrevistarse con el titular de la misma, portando el nombramiento de Capitán General para el futuro duque de Bailén.

Casi al mismo tiempo que en Sevilla se constituía la Junta Suprema, el general Castaños convocó en su propio domicilio algecireño (situado en la antigua calle Carretas, junto a los actuales estudios de Radio Algeciras), el día 30 de mayo -festividad de San Fernando-, a todos los jefes y oficiales bajo su mando; preguntándoles sobre la conveniencia o no de proceder al saludo de ordenanzas, aprovechando la onomástica el rey ( en definitiva Castaños, que conocía sobradamente los sucesos, que estaban ocurriendo en la nación, quería saber: de la adhesión de los hombres bajo su mando, a la causa de Fernando VII), tras tener clara la situación, dio las órdenes oportunas para que se hiciera inmediatamente -según las ordenanzas-, el preceptivo saludo. El gobernador militar de Ceuta, Ramón de Carvajal, nada mas conocer las órdenes de Castaños, siguió el ejemplo de las autoridades militares destacadas en Algeciras.

Durante los días sucesivos, distintos correos entraron en la ciudad al grito de ¡¡Viva Fernando VII!!. La llegada de estos emisarios provocaba los nerviosismos en la población algecireña, acudiendo la misma ante el balcón de la casa del General, para saber de los hechos, que estaban ocurriendo en el resto del país. Posteriormente, se aclamaba a Fernando VII y se solicitaba la suelta de un toro "enmaromao".

Hasta ese momento, en Algeciras no ocurrió ningún incidente violento con los vecinos de nacionalidad francesa. Sin embargo, una noche en la que general Castaños se encontraba viendo una representación en un modesto teatro que se situaba en la céntrica calle Ancha esquina con la calle Rocha, se oyó un gran alboroto en el exterior. Castaños, que contaba con el respeto y el cariño del pueblo algecireño, se enfrentó a la muchedumbre y preguntó sobre el motivo de aquel altercado. Los cabecillas de la turbamulta, les informaron que solicitaban les fuese entregada la persona del cónsul francés en Algeciras. El General respondió que previamente, ya se habían tomado medidas al respecto. Calmando con ello al mencionado grupo de exaltados, a los que posteriormente, invitó a que entrasen al interior del local, momento en el cual comenzó a sonar la marcha española. La auténtica medida que Castaños había tomado con respecto al cónsul francés y a la familia de éste, consistió en trasladarlos hasta la Isla Verde y posteriormente, embarcarlos en dirección a la ciudad de Cádiz.

Adjunto al nombramiento recibido de la Junta Suprema de Sevilla, Castaños también recibió la orden de ponerse en marcha, para unirse a las tropas, que se estaban dando cita en la ciudad de Ronda.

Tras la aceptación del cargo por parte de Castaños, Algeciras pasa a convertirse en una importante plaza, de la que así mismo, emanaran no menos importantes decisiones, en la configuración del ejército que posteriormente, frenaría a las tropas invasoras en tierras jienenses.

En Algeciras, el general Castaños redacta una proclama, haciéndose eco de la movilización general que se realizó en Andalucía, sobre la base de un manifiesto conjunto de ambas Juntas, fechado el 6 de junio de 1808, por el cual se convocó a todos los hombres "entre los 16 y 45 años, divididos en tres grupos: primero irían los voluntarios; si no eran suficientes, los solteros y casados sin hijos; los eclesiásticos de ordenes inferiores y los servidores de la iglesia. Quedaban inicialmente rechazados los que tenían a su mujer embarazada, los notoriamente inútiles, los negros, los cargos públicos y los ordenados de epístola".

La repercusión que tuvo en el Campo de Gibraltar la llamada a la movilización civil de Castaños, fue exitosa. El día 9 de junio, el comandante militar interino Juan Ordóñez, comunica al comandante de las milicias urbanas de Los Barrios, Pedro Castillo, que "de inmediato pusiese sobre las armas, las tres compañías de su cargo". Posteriormente, Ordóñez procede a enviar un segundo comunicado al responsable de las milicias urbanas barreñas, al objeto de constituir "una compañía de caballería formada por los vecinos de Algeciras, San Roque y Los Barrios, cuyos integrantes aportarían caballos y armas de su propiedad".

En Tarifa, el teniente coronel Manuel Dabán y Urrutia, recibe un oficio de la Junta Suprema de Sevilla, en el que se le expresa: "La Religión, el Rey y la Patria, claman por nuestra defensa, para lo que no sólo se necesita de numerosos brazos voluntarios, sino también caudales cuantiosos para sostenerlos".

Los voluntarios, al parecer, conforme iban llegando hasta nuestra ciudad, se iban asentado en la propiedad conocida como El Calvario, al amparo del Fuerte de Santiago. En aquella época, el límite de la ciudad, por el Norte, alcanzaba prácticamente hasta el camino que conducía hasta la batería de San Antonio, y que posteriormente paso a denominarse calle de San Antonio.

La salida del ejército del general Castaños de la ciudad de Algeciras, se produjo por el llamado camino de San Roque (hoy, calle Capitán Ontañón), el primer gran obstáculo natural que encontraron las tropas, fue el río Palmones. El río, carente de puente, se atravesaba habitualmente en barcazas, previo pago al barquero, que explotaba la licencia concedida por las autoridades municipales, con el visto bueno del Comandante General del Campo de Gibraltar.

La partida del ejército campogibraltareño, no fue fácil; bajo un sol de justicia, mal pertrechados, caminando con alpargatas, sobre senderos, pasos y vías de herradura; todo ello unido a la inexperiencia de los voluntarios, obligaba a que la marcha fuese muy lenta.

Los voluntarios, junto al resto de las tropas regulares, han de afrontar los difíciles y angostos caminos de la serranía rondeña, bajo las tradicionales temperaturas veraniegas de la zona, siendo socorridos -en la medida de lo posible-, por las poblaciones a su paso.

Hombres del campo, acostumbrados a manejar aperos de labranza, en pocos días se afanaban por convertirse en auténticos expertos en el fusil de chispa, el arma fundamental de la infantería española. Era necesario acostumbrarse a la humareda de la pólvora, al estruendo del disparo y al fuerte retroceso; además de aprender a morder el cartucho para extraer la pólvora y la bala, para lo cual, se necesitaba una buena dentadura, quedando excluido de este servicio, los voluntarios carentes de piezas dentales.

En cuanto a la alimentación, los voluntarios -incluidos los campogibraltareños-, al igual que el resto de las tropas, pasaron por todo tipo de privaciones. La falta de suministros obligaba a la requisa e incluso al robo. Cuando llegaba el abastecimiento, el rancho se componía de un puchero cocinado con tocino, o a falta de éste, pescado seco o ahumado; todo ello acompañado -cuando era posible-, con tortas de trigo, conservadas en manteca.

Comienza la larga recta final de las hostilidades. Frente a la magnífica uniformidad de campaña de los franceses, incluida la espectacular imagen de sus coraceros, muchos voluntarios visten de paisano, algunos con prendas de color marrón -a modo de uniformes-, provenientes de los hábitos de los conventos; los mas iban descalzos y en general todos ellos estaban desnutridos y sedientos.

Cada día que pasa, el número de heridos y enfermos aumenta. A veces, los heridos quedaban abandonados a su suerte; en otras ocasiones, eran trasladados a los llamados "hospitales de sangre", para que los cirujanos, les aplicase el llamado"tratamiento español", consistente en evitar la gangrena. En caso contrario, lo más frecuente, era la amputación.

Cuando los cañones enmudecían, los vecinos de Bailén -personificados en la figura de la viuda de 55 años, María Bellido-, entre la humareda y los disparos perdidos, socorrían a los heridos y moribundos, saciándoles la sed. La leyenda cuenta, que el famoso cántaro que aparece en el escudo de Bailén, es el de María Bellido, roto por el disparo de un soldado francés, cuando procedía a saciar la sed del general español Reding.

Dos hechos y una decisión, serán claves para la victoria final. Las altas temperaturas andaluzas, no han sido contempladas en los planes del mando francés. Pasada la primera quincena del mes de julio, las tropas españolas ocupan dos importantísimos puntos estratégicos, como son la noria de don Lázaro y la noria del Sordo, cortando con ello en gran medida el suministro de agua para el ejército galo. A partir de ese momento, la defensa de fuentes y pozos, se hace prioritaria para el ejército de Castaños; la impecable uniformidad de los franceses, tan válida en el centro de Europa, se convierte bajo el sol de Andalucía, en un auténtico suplicio. Entre las tropas enemigas, las muertes se suceden, los enfermos aumentan y así (ante la mirada de campesinos voluntarios: desaliñados y desarrapados, como así opinaban los generales franceses del ejército español), llega la rendición de Dupont.

Tras la capitulación de los soldados de Napoleón, comienzan unas negociaciones, en las que los voluntarios nada tienen que decir. Los supervivientes, vuelven a emprender nuevamente a pie su regreso hasta el Campo de Gibraltar. Pero la lucha por la independencia solo acababa de comenzar.

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