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Akira Kurosawa: acción y reflexión

Este martes se cumple el centenario del nacimiento de este cineasta que fue apodado el 'Emperador' y que tendió puentes entre Oriente y Occidente, abriendo la cinematografía nipona a corrientes foráneas

El cineasta Akira Kurosawa, en una imagen de archivo mientras daba órdenes a su equipo durante la grabación de una de sus películas.
José Abad

21 de marzo 2010 - 05:00

A ver, ¿qué tienen en común William Shakespeare, el spaghetti-western y La guerra de las galaxias, eh? Pues sí, la respuesta correcta es Akira Kurosawa. A este maestro del cine le debemos dos de las mejores adaptaciones del clásico de las letras inglesas, un film suyo inspiró a Sergio Leone Por un puñado de dólares y otro a George Lucas su exitosa saga intergaláctica. Kurosawa fue (es) toda una institución del Séptimo Arte, y no sólo en Japón, en donde recibió el sobrenombre de 'El Emperador', sino en el mundo entero. Kurosawa tendió puentes entre Oriente y Occidente, abriendo la cinematografía nipona a corrientes foráneas y despertando, a su vez, el interés por el cine nipón en el exterior, y fue (es) venerado por compañeros de profesión tan diferentes como Ingmar Bergman, Federico Fellini, Francis Ford Coppola, Woody Allen o Clint Eastwood. Y algo tendrá el agua cuando la bendicen, ¿no?

Kurosawa vino al mundo el 23 de marzo de 1910, en Tokio, y se hizo hombre en una época convulsa para su país. Inició sus estudios en el llamado período Taisho (1912-1926), una época de apertura hacia Occidente, pero realizó su obra en el período Showa (1926-1989), caracterizado por un radical ultranacionalismo, en el cual alzaría una voz levemente desacorde. Su padre, militar y conservador, le inculcó unos valores bien asentados en la tradición, que jamás rechazó, pero su hermano Heigo, cuatro años mayor, lo introdujo en la lectura de autores extranjeros y le contagió su amor al cine, que fueron la argamasa con que cimentaría su futuro. Heigo trabajaba como benshi, una figura muy popular en Japón durante el cine mudo; en las salas, el benshi comentaba la película a la audiencia, ponía voces a algunos personajes e incluso añadía sentencias o moralejas de su propia cosecha. La llegada del cine sonoro (el primer film hablado japonés data de 1931) tuvo algo de castigo divino: Heigo perdió su empleo y decidió quitarse la vida, en 1933, a los veintisiete años.

En 1935, el joven Akira, que había dado unos primeros pasos profesionales como pintor y dibujante, cogió el relevo y acudió a los famosos Estudios Toho (entonces, Estudios PCL) en respuesta a una oferta de empleo. De la noche a la mañana, su vida dio un giro radical: fue uno de los cinco elegidos, entre más de quinientos aspirantes, contratados por tales estudios. Kurosawa supo aprovechar bien estos años de formación. Empezó en calidad de ayudante de dirección pero, no contento con ello, asumió cometidos como director de segunda unidad y montador, y emprendió una sólida carrera como guionista que continuaría incluso cuando pasó a realizar sus propios filmes. Kurosawa tenía las ideas claras: "Si no se conocen todos los aspectos y todas las etapas del proceso de la producción de una película -diría luego-, ¿cómo se puede ser director de cine?".

Debutó como realizador con una película de artes marciales, La leyenda del gran Judo (1943), en la que tuvo oportunidad de demostrar sus excepcionales dotes narrativas y un talento único para equilibrar en la balanza la acción y la reflexión. La película, muy influida por el western clásico, es de una gran fisicidad, pero también de un hondo humanismo. Y tuvo tal éxito que generó una secuela, La nueva leyenda del gran Judo (1945), dirigida por un Kurosawa, esta vez, más eficaz que inspirado. Volvería a cosechar aplausos con El ángel ebrio (1948), una adaptación a la realidad nacional del bestiario y la atmósfera, de la ética y la estética del cine negro occidental. En esta película, Kurosawa le dio el papel protagonista a Toshiro Mifune, llamado a convertirse en su actor fetiche. Llegaron a rodar dieciséis largometrajes juntos y si el cine de John Ford no se entiende cabalmente sin la presencia de John Wayne, el de Kurosawa es inimaginable sin la de Mifune.

El espaldarazo definitivo llegaría con Rashomon (1950), un osado experimento narrativo construido sobre las versiones antitéticas que dan cuatro personajes de un mismo hecho: la violación de una mujer y la muerte del marido, parece ser, a manos de un bandido… Presentado en el Festival de Venecia sin demasiada convicción por parte de la productora, Rashomon se hizo con el León de Oro y, más tarde, con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. A partir de entonces, en la obra de Kurosawa confluirían la curiosidad extranjera por el Japón y la de sus compatriotas por lo extranjero. Sería el primer cineasta de su país cuya obra conoció una distribución regular fuera del país; y tras él llegaron los trabajos de cineastas pioneros como Yasujiro Ozu, Kenji Mizoguchi o Mikio Naruse o los de nuevas promesas como Kon Ichikawa o Shohei Imamura.

Kurosawa le dijo al mundo que existía Japón, y a Japón que existía el mundo. Por un lado, retrató la compleja realidad japonesa en dramas íntimos como Vivir (1952) o Crónica de un ser vivo (1955), o en espectaculares producciones de época como Los siete samuráis (1954), La fortaleza escondida (1958) o El mercenario (1961). Por otro, hizo atrevidas adaptaciones de Dostoievski, El idiota (1951), de Máximo Gorki, Los bajos fondos (1957), y se llevó a Macbeth y al rey Lear al Japón medieval en, respectivamente, Trono de sangre (1957) y Ran (1985). A partir de una novela de Ed McBain realizó una de sus mejores películas, El infierno del odio (1963), un thriller inquietante, turbador, que aconsejo vivamente (Como en definitiva todos los títulos mencionados en estas líneas).

Kurosawa fue sumando éxitos y aciertos hasta 1965, fecha del fiasco económico, que no artístico, de Barbarroja (1965) y de su ruptura con los Estudios Toho. Esta situación supuso un violento parón profesional de consecuencias trágicas. Se dejó seducir por las sirenas de Hollywood y aceptó co-dirigir ¡Tora! ¡Tora! ¡Tora! (1970), una lujosa reconstrucción del ataque a Pearl Harbor; Richard Fleischer rodó las escenas del bando norteamericano y él habría debido ocuparse de las del bando japonés, pero fue retirado malamente del proyecto apenas iniciado el rodaje. Para colmo de males, su primer film independiente, Dodes ka-den (1970), se estrelló estrepitosamente en taquilla. La falta de trabajo y los fracasos lo hundieron en una grave depresión, y el 22 de diciembre de 1971 intentó quitarse la vida, no a la manera samurái, sino a la manera patricia: se encerró en el baño, abrió el grifo y se hizo ocho cortes en las muñecas y seis en la garganta. Una criada lo descubrió en mitad de un charco de sangre. Su hora no había sonado aún y le esperaban tres de sus mejores películas.

El cine de Kurosawa había ido haciéndose cada vez más costoso y situándose fuera del alcance de la industria japonesa. Pues bien, si no respaldaban sus proyectos en casa, buscaría financiación donde hiciera falta. Y en régimen de coproducción con la Unión Soviética realizó Dersu Uzala (1975), que supuso un nuevo Oscar para el director. Gracias al apoyo de George Lucas y Francis F. Coppola puso en pie Kagemusha, la sombra del guerrero (1980), y gracias al del productor francés Serge Silberman llevó adelante Ran, sus dos últimas obras maestras. Steven Spielberg le produjo Los sueños (1990), en la que se manifestaban algunos signos de agotamiento, pero aún dirigiría un par de películas antes de retirarse. Akira Kurosawa falleció el 6 de septiembre de 1998. El Emperador había muerto, ¡Viva el Emperador!

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