De Gibraltar a los mares del mundo
Un recuerdo a la gran aventura empresarial de los Bensusan en el Cádiz del siglo XIX

En la primera mitad del siglo XIX, cuando Cádiz intentaba recuperar el pulso económico perdido tras la Guerra de la Independencia y la emancipación de la América hispana, un joven comerciante de Gibraltar se instaló discretamente en la ciudad. Se llamaba Joshua Bensusan Orobida y, sin hacer mucho ruido, acabaría convirtiéndose en uno de los empresarios gaditanos más internacionales de su tiempo. Su historia es un reflejo de una época en la que Cádiz miraba al mar en busca de futuro.
Joshua nació en 1800 en Gibraltar, hijo de una familia judía integrada en la comunidad sefardí del Peñón. No sabemos mucho de su infancia, pero sí que llegó a Cádiz hacia finales de los años veinte, en plena reactivación del puerto gracias al privilegio de puerto franco otorgado por el Gobierno en 1829. Esta medida, unida al clima de liberalización económica promovido durante la regencia de María Cristina y en el reinado de Isabel II, facilitó un entorno propicio para el emprendimiento mercantil.
Su integración en la ciudad fue rápida: en 1826 se convirtió al catolicismo y al año se casó en la Catedral con María Blanca Bergallo, hija de un comerciante genovés. Establecieron su hogar en la calle Nueva y formaron una familia numerosa con siete hijos.
Desde sus inicios, Joshua Bensusan se dedicó a una actividad clave en la economía gaditana del momento: la consignación de buques extranjeros. Se encargaba de atender y aprovisionar a los barcos británicos, norteamericanos y franceses que fondeaban en la bahía. Su dominio del inglés y el francés, y su trato amable, le granjearon la confianza de muchos capitanes, como se puede comprobar en la abundante correspondencia comercial que aún se conserva.
Vino, sal y velas desplegadas
Entre los productos más demandados por los barcos que pasaban por Cádiz destacaban el vino y la sal. Este último no solo se usaba como condimento, sino sobre todo como conservante de alimentos en una época sin refrigeración. Era un producto muy codiciado por saladeros de Europa y América, y a veces se utilizaba incluso como lastre cuando no había otra carga disponible. El vino, por su parte, vivía un auge exportador gracias al aumento de la demanda europea y a la expansión del viñedo andaluz.
Bensusán no tardó en dar un paso adelante: adquirió dos salinas en San Fernando –‘Victoria’ y ‘Jesús, José y María’– y una bodega en El Puerto de Santa María. Con ello integró verticalmente sus negocios: no solo intermediaba, sino que también producía lo que vendía. Esta estrategia le permitió crecer rápidamente y comenzar a exportar a gran escala sal a América del Sur, Terranova y Canadá, y el vino a mercados de Europa, América e incluso a Asia.
Para ello, la empresa llegó a disponer de su propia flota de veleros. Entre ellos destaca la fragata General Churruca, que realizaba la travesía Cádiz-Manila bordeando el cabo de Buena Esperanza. Todo un símbolo del carácter global de este empresario gaditano de adopción.
Adaptarse o Morir: la llegada del hielo
A finales del siglo XIX, la aparición del hielo industrial y las primeras técnicas de refrigeración supusieron un duro golpe para la industria salinera. Muchos empresarios no supieron adaptarse, pero los Bensusan sí. Diversificaron su actividad: además de exportar, fabricaban botellas, importaban duelas de las barricas y producían vino. También se involucraron en otras actividades, como la construcción del ferrocarril en Cádiz, y participaron en sociedades mineras y bancarias.

En 1865, José Bensusán (ya hispanizado y bautizado) era representante del Lloyd Europeo y poseía el 2% del capital del Lloyd Andaluz. Tras su fallecimiento en 1871, la empresa –rebautizada como Bensusan y Compañía– siguió creciendo, con la colaboración de sus hijos. Su primogénito, Antonio José, fue cónsul de Honduras, administrador del Banco de España en Cádiz y socio de importantes compañías.
En 1910, el Anuario Financiero, Industrial y Comercial de España describía a la casa Bensusan como una naviera de prestigio, exportadora de sal a todo el continente americano y agente de importantes firmas extranjeras, como Baring Brothers de Londres, Bergen Kreditbank de Noruega o el Registro Italiano.
Un legado olvidado que vuelve a la luz
Hoy, más de un siglo después, el nombre de Bensusan no aparece en las placas de nuestras calles ni en los libros de texto. Pero su historia merece ser recordada. Es la historia de una familia que supo aprovechar la posición estratégica de Cádiz, interpretar los cambios del comercio internacional y adaptarse a las transformaciones tecnológicas de su tiempo. Es también la historia de un Cádiz abierto al mundo, emprendedor, cosmopolita, que no temía mirar más allá del horizonte.
Recordar a Joshua Bensusan Orobida no solo es un ejercicio de memoria, sino también un homenaje a quienes hicieron de Cádiz un puerto de futuro. Porque, como él demostró, a veces las grandes aventuras empresariales no empiezan con una fortuna sino con una visión clara, una maleta ligera... y el ancho mar.
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