Premio a los Valores Periodísticos y Libertad de Expresión

Lydia Cacho: "Un juez que no ve anormal que una niña, niño o mujer sean abusados debilita el sistema"

  • La periodista de investigación mexicana habla de su exilio en España, de periodismo y de la extensión de los discursos que normalizan o niegan la violencia contra la infancia o las mujeres

Lydia Cacho, en la sala isabelina del Ayuntamiento de San Fernando.

Lydia Cacho, en la sala isabelina del Ayuntamiento de San Fernando. / Sonia Ramos

Lydia Cacho (México, 1963) acaba de recibir el Premio a la Libertad de Prensa y los Valores Periodísticos en San Fernando. Periodista de investigación, ha dedicado buena parte de su carrera a denunciar la violencia contra las mujeres, las niñas y los niños. En 2005 fue secuestrada tras la publicación del libro Los demonios del Edén, en el que destapó una red de explotación sexual infantil con empresarios y políticos de su país implicados. Las amenazas y el peligro que corría le llevaron a salir de su país y venir a España hace unos dos años.

–¿Cómo es estar en el exilio, estar fuera de tu país, lejos de tu casa cuando no es por voluntad propia?

–La verdad ha sido bien complicado emocionalmente, por un lado, y por lo demás también por que soy muy cercana a mi familia y salí así, a toda prisa. En el momento en que lo hice sabía que lo tenía que hacer, que no iba a hacer valiente al tonto. Pero conforme pasaban los meses descubrí que en verdad esto ya no era temporal, sino un exilio que no sabemos cuántos años vaya a durar: hasta que el Gobierno mexicano decida enfrentarse a las mafias a las que yo me he enfrentado, al menos con la misma valentía con la que yo lo he hecho. Pero dudo que lo logren o que quieran hacerlo. Ha sido todo un proceso duro, yo nunca había tenido que pedir papeles en otro país, y son dos años de procedimiento para conseguir el permiso de trabajo, y adaptarme. Por un lado, España me es muy familiar, tengo 20 años viajando aquí a dar cursos y talleres, a compartir mis libros o con compañeras feministas, pero siempre podía volver a casa. Ahora es dejarlo todo y reconocer de alguna manera que soy una mujer desterrada.

–¿Pierde uno las raíces, la esencia, en este proceso tan duro?

–Es un proceso muy duro porque... He pensado mucho en mis abuelos maternos. Mi abuelo era portugués y mi abuela francesa y ellos se fueron a México porque mi abuelo luchó contra la dictadura de Salazar. Eran personas muy implicadas políticamente y cuando yo era niña se hablaba de esto mucho en casa. Mis abuelos amaban México pero siempre volvían, a Portugal, a Francia, a España, siempre tenían la necesidad de tocar tierra. Y ahora soy yo quien tiene que venir aquí para que me protejan contra la violencia en mi país. Le estoy dando la lectura que necesito darle a eso para sentirme protegida. Tengo la fortuna de tener muchas amistades aquí, pero me sigo sintiendo muy sola por dentro. Es difícil de explicar. Y por otro lado yo como reportera tengo una casa y tenía un auto. Eran mis posesiones terrenales. El auto lo tuve que vender de inmediato para poder vivir fuera y ahora estoy vendiendo mi casa. Ahora empiezo a aceptar o concienciarme de que puedo ser bienvenida como ciudadana en España, no solo como una trabajadora temporal, y de que no puedo volver.

–¿Cómo está la situación judicial de su caso de secuestro?  

–Logramos dos órdenes de captura muy importantes. La primera vez en la historia de México que se logra que Interpol persiga internacionalmente a fugitivos de ese calibre. Uno fue el ex gobernador de Puebla, que ordenó mi tortura en complicidad con Kamel Nacif, el empresario multimillonario que huyó a Reino Unido y que con la alerta roja de Interpol se escapó a Líbano. Allí lo encontré gracias a la ayuda de algunas personas. Cuando Interpol lo detuvo lo celebramos. Es histórico, pero además por mis colegas que ya no están aquí, aquellos y aquellas a quienes han asesinado justo por decir la verdad.

Pero empezaron a moverse con todo su poder corruptor en el sistema judicial. Di aviso al presidente del Tribunal Supremo en México, le advertí de que se estaban moviendo, de que había una magistrada que tenía el último recurso, una jueza con un historial de corrupción, y que había que tener mucho cuidado y me dijeron “no, no te preocupes, estamos vigilando. Este caso le interesa mucho al presidente de México, sería incapaz ningún juez de tirar el caso cuando ya ganaste en las cortes internacionales. Sería ridículo”. Pues fue ridículo: la jueza se vendió y eximió a Kamel Nacif del caso de tortura a pesar de las evidencias contundente: una llamada telefónica en la que está dando la orden de que yo sea torturada y violada dentro de la cárcel. 

Esa ha sido la mala noticia, aunque estamos interponiendo una demanda contra él en Líbano por todos los delitos: la tortura en mi contra pero también la trata de niñas y niños, que esperamos que proceda ya, aunque mi gobierno ya no me protege y ahora soy una apátrida. No tengo ningún gobierno que lo haga todavía. Pero vamos a seguir adelante con esto, no me voy a dar por vencida. Ya testifiqué en contra del ex gobernador de Puebla y voy a seguir testificando y espero que sea sentenciado con la máxima pena por ordenar la tortura de una periodista. Es importante por mí, pero también por todas las mujeres de mi país.

"El enemigo del periodismo es la mentira, que avalan con la fuerza del poder político y económico"

–¿Por qué esa diferencia en la aplicación de Justicia a los dos empresarios implicados en la explotación sexual de niños que denunció? El otro empresario, Jean Succar Kuri, fue sentenciado a 113 años.

–La acusación de ese juicio la llevamos nosotros, abogadas y abogados de mi equipo. Testifiqué en su contra porque así me lo pidieron las niñas y para acompañar a las víctimas que confiaron en mí para contarme su historia. La gran diferencia es que en el caso de Kamel Nacif es la Fiscalía General de la República quien supuestamente me estaba representando en México. No podíamos hacer nada porque el caso lo tenían ellos, ahí lo perdimos. Ganamos el otro que llevamos un grupo de feministas. Tengo que decir que el juez que giró sentencia contra Succar Kuri es un magistrado absolutamente congruente, ético, comprometido con las causas de la equidad de género y de la niñez. Y la otra jueza no lo es, la estamos investigando.

–¿Cree que es vinculación de lo económico, lo judicial, lo policial, lo empresarial, lo político, incluso de medios y periodistas es lo que pudre el sistema y un país?

–Claro. Lo podemos comparar con muchos otros casos que están ahorita abiertos. Por ejemplo en Francia esta semana un grupo de obispos católicos, la propia Iglesia francesa, que se había negado a admitir la pederastia clerical tuvo que reconocer que hay miles y miles de casos de niños abusados por sacerdotes y que tienen que resarcir el daño moral y económico a todas estas víctimas. La razón por la que se logró es porque las víctimas ahora adultos insistieron en este proceso para forzar al poder.

Hay una gran batalla jurídica en todo el mundo a la que nos enfrentamos, e incluyo a España, para demostrar hasta dónde llega el estado de derecho y qué hombres de poder y en qué niveles de poder son capaces de romper el pacto moral del estado de derecho. Cuáles pueden violentar todas las reglas jurídicas y a cambio de qué. Evidentemente es el dinero, es el poder, pero también es el consumo de estos delitos. En la medida en que encontramos un juez que es partidario de la violencia contra las mujeres, de la violencia sexual contra las niñas, o que es pedófilo o tiene amigos pedófilos o que no le parece anormal que una niña o un niño, o una mujer, sea abusada en ese momento va debilitando todo el aparato de justicia. Eso lo vemos con mucha claridad en México, tenemos una radiografía clarísima de la impunidad. Pero debemos tener una alerta para todo el mundo, porque van saliendo pequeños grupos en todas partes que están en el negacionismo de toda esa violencia. En la medida que alguien niega el propio delito que hemos documentado con evidencia que sirve incluso para las cortes esa virulencia negativa termina en las vidas de los periodistas y de los defensores de los derechos humanos. Nos enfrentamos en estos momentos a una oleada de un machismo recalcitrante en todo el mundo, que los países con menos estado de derecho sufren con más claridad. Pero lo vemos en todas partes. La pornografía infantil es algo que se está incrementando en todo el mundo y no podemos dejar de cubrirlo.

Lydia Cacho, durante la entrevista en el Ayuntamiento de San Fernando. Lydia Cacho, durante la entrevista en el Ayuntamiento de San Fernando.

Lydia Cacho, durante la entrevista en el Ayuntamiento de San Fernando. / Sonia Ramos

–Se normaliza esa pornografía infantil.

–Sí, por muchos factores. El primero es que en la medida en que el feminismo ha educado a la sociedad en muchos sentidos, cada vez más personas reconocen que la violencia hacia las mujeres o hacia los niños y las niñas es anormal. Hace 50 o 60 años prácticamente nadie se atrevía a denunciar el abuso sexual infantil en el hogar, en las escuelas o en las iglesias. Ahora que se denuncia encontramos a una parte enorme de la sociedad reconociendo que es un tema inaceptable. Pero luego tenemos estas vertientes, que nunca creíamos que fuesen a ser tan grandes, de personas que siguen culpabilizando a las víctimas. En ese proceso que ha habido en Francia ha habido sacerdotes que decían es que el niño me provocaba, ¡un niño de 10 o 12 años!. Lo mismo dicen los pedófilos. Cuando hice el libro Esclavas del poder, viajé por todo el mundo cinco años, y una cosa que hice al infiltrarme en los prostíbulos de diferentes países fue entrevistar a los clientes y de pronto tenía a un cliente que era un médico español, de treinta y tantos años, con una familia en España, con hijitos, todo perfecto, pero él estaba en República Dominicana en un lugar vip para tener sexo con jovencitas de 14 o 15 años y no lo veía como pedofilia. Él veía que estaba cansado de que las mujeres adultas españolas tomen decisiones sobre su cuerpo. A ellos les gusta las mujeres obedientes, eran lo que me decían sin saber que yo era periodista. Cuando estos hombres me empezaron a responder esto por todo el mundo, Alemania, Holanda, Camboya, Tailandia descubrí que hay un discurso soterrado de hombres que piensan que si las jóvenes ahora tienen sexo a los 14 o 15 años, con sus novios, chicos, chicas de sus edades, hay la posibilidad de que esa niña o ese niño está accesible para tener sexo pagado. Esta corrupción desde la adultocracia hacia la niñez y la adolescencia se está incrementado en todo el mundo. En la medida en que hay más libertad sexual en parte de los niños y las niñas hay adultos que piensan que por qué no ellos podrían ser parte de esa diversión. Y lo están normalizando cada vez más.

–Tienen derecho a...

–Tienen derecho sobre los cuerpos de los chicos y las chicas de 14 años. Si estos jóvenes ya quieren tener sexo, aunque sean con jóvenes de su edad, entonces por qué no un adulto también puede ligársela y si lo hace, está bien. Hay toda una negación de lo que significa no solo el consenso en el sentido de la sexualidad y el erotismo sino de la opresión, del machismo, del patriarcado, del miedo que tienen las víctimas y del poder de seducción que un adulto tiene con una niña.

–Habla de niños, niñas, mujeres... el eslabón más débil de una sociedad en la que se pone freno a los cambios, la transformación, la igualdad. ¿Cree que llegaremos algún día a esa igualdad?

-Espero que sí. Justo cuando entraba hoy en este edificio [el Ayuntamiento de San Fernando] lo pensaba: en algún momento alguien soñó aquí en San Fernando que podría existir la posibilidad de proteger legalmente la libertad de expresarse, de contar la historia desde todos los puntos de vista. Posiblemente cuando se reunió aquí ese grupo de hombres, que no mujeres, mucha gente les tiró a loco, seguramente. Y ahora tenemos lo que tenemos, aunque esté en riesgo. Por eso creo que dentro de muchas generaciones la gente pensará: qué locura antes la prostitución se quería legalizar, como si fuera un negocio, violentando los derechos de las niñas, de las mujeres, de los hombres, porque también hay explotación sexual de jovencitos.

–La trata de mujeres, la violencia contra los niños, la pornografía infantil, ¿es una reacción a la pérdida de privilegios por los cambios en una sociedad que lucha por la igualdad?

–Hay muchas discusiones sobre esto. Ha sido validado científicamente por académicas, especialmente norteamericanas que han investigado la esclavitud negra desde África al resto del mundo, para saber cómo comenzó la trata de personas. Es curioso que en el siglo XVI estuviera permitido que las personas negras pudieran venderse, pero cuando una mujer blanca europea era vendida se llamaba trata de blancas, y estaba mal mientras la venta de mujeres negras estaba bien. Me parece que hay todo un proceso cultural en el que se ha normalizado que haya cierto estatus en el que las mujeres pueden ser vendidas y compradas, o niños y niñas. Tiene que ver con la raza, la clase, el continente en el que han nacido y las condiciones de precariedad porque el argumento de la gran mayoría de los clientes de prostitución de todo el mundo es que están ayudando económicamente a la víctima. La prostitución y la trata de personas son hijas del capitalismo más salvaje, oculto tras una máscara de compasión machista. En la medida en que evidenciamos esto salen más casos, aunque creo que ahora hay menos trata de la que había antes, cuando no se documentaba. Ahora nos atrevemos a infiltrarnos para denunciar.

Pero hay una gran batalla: hace unos días salió un llamado de una investigación sobre Facebook, que ya sabía y tiene documentado cómo los tratantes están utilizando la plataforma para contactar a las víctimas y moverlas de un lugar a otro. Hay todo un entramado capitalista, absolutamente monetizado al que no le interesa de ninguna manera la humanidad de las personas, porque son mercancías. Mientras eso le deje dinero ellos sienten que no están cometiendo ningún delito porque es tráfico de personas, que es distinto a la trata que es explotación directa. Lo que tenemos que hacer es romper esas cadenas, que es mi especialidad y la de muchas personas. Explicamos cómo funciona la cadena de la delincuencia, que implica a un montón de agentes del estado: migratorios, aduanales, en fin...

–He leído algunas declaraciones anteriores en las que defiende la educación en igualdad. Aquí en España algunas veces consideran esta apuesta como adoctrinamiento.

-En la primaria nos enseñaban clases de moral, en algunos colegios daban clase de buen comportamiento. Hay doctrinas que tienen que ver con una forma de pensamiento que intenta transformar la cultura para vivir mejor en sociedad. Si hay gente que cree que educar en igualdad es adoctrinar, y ese adoctrinamiento tiene que ver con transformar nuestra mirada del mundo para vivir en igualdad y sin violencia no le veo ningún problema. Si damos clase de moral y de religión incluso, por qué no se puede mostrar al mundo que un mundo sin violencia es posible. Es maravilloso. Es lo que predica también la religión. Va de la mano. Una buena educación religiosa predica la no violencia, pues una buena educación igualitaria también lo predica.

"Hay hombres que piensan que si una joven tiene sexo con 14 o 15 años está accesible para tener sexo pagado"

–Ha hablado de periodistas y medios, ¿qué papel juegan o deben jugar?

–El periodismo es fundamental. Siempre he hecho periodismo desde una provincia de México, Quintana Roo, y pienso que es el periodismo local el que está salvando nuestra profesión. Los diarios nacionales se ocupan más del discurso político-partidista que de la realidad concreta de las vivencias comunitarias. Como profesora de periodismo, el periodismo de investigación local es fundamental. En la medida en que podamos entender el mapa de nuestros países, cómo se mueven las personas, cómo se conciencia la sociedad y cómo esta se rebela, en todas las edades, frente a la injusticia y la opresión.

–¿Qué peligros afronta el periodismo? Se habla de los medios tradicionales frente a nuevos medios, frente a las redes sociales. 

-No sé si son peligros, creo que son retos lo que enfrentamos. Será mi edad, hace 30 años cuando yo empecé a hacer periodismo yo era la única mujer reportera en mi redacción. La otra mujer era la secretaria del director del periódico a la que forzaban a llevar minifalda al trabajo. Recuerdo que cuando comencé a cubrir estos temas no me publicaban porque creyeran que lo que yo hacía era buen periodismo, sino porque no tenía faltas de ortografía y hacía bien el trabajo y no les quedaba de otra. El periodismo ahora es muy distinto. Cuando pasa el tiempo y ves como han cambiado las cosas te das cuentas de que estamos en una transición. No creo que haya grandes enemigos, el enemigo verdadero del periodismo es la mentira, que avalan con la fuerza del poder político, empresarial y económico. Nuestra tarea es quitar ese velo de en medio y decir aquí está, esto es una mentira. Ha sido así siempre. Cuando se habla de fake news, a ver, ¿mentiras? Nos han mentido desde siempre y todos los políticos corruptos del mundo nos han intentado contar sus versiones, que ocultan la realidad, y nuestro trabajo siempre ha sido decir esto es lo que dicen pero esto es lo que hacen. Esto viene desde atrás, las redes sociales lo potencian.

Las utilizo mucho, me he convertido en una suerte de experta en ese tema de uso de las nuevas tecnologías, por eso creo que es entender qué papel juega y qué importancia le damos en el rol de la discusión y el debate, porque no hay verdadera profundidad en ninguna red social. Entendamos cómo manejarnos en las redes sociales para tener cierto grado de comunicación y para posicionar los temas que nos interesan. Sí es cierto que nos han dividido más ideológicamente: la gente de izquierda tiende a leer más los medios de izquierda y la gente de derecha, los derecha, pero así ha sido siempre cuando todo era papel.

Me preocupa mucho más que las y los periodistas sigan creyendo que la profesión es importante. Mantener la ilusión de que nuestro trabajo es una parte fundamental de la democracia es el gran reto.

Lydia Cacho, pensativa en un momento de la entrevista. Lydia Cacho, pensativa en un momento de la entrevista.

Lydia Cacho, pensativa en un momento de la entrevista. / Sonia Ramos

–Cuando comenzó en el periodismo, ¿pensaba que este era su camino, visualizaba un futuro como periodista reconocida por sus investigaciones?

–No, la verdad, no (se ríe). Ahora que estaba dando un curso de periodismo en la universidad en Madrid pregunté a los estudiantes y algunos me decían que querían ser famosos, influencer periodístico y yo pensaba: ¡Qué curioso, a mí nunca se me pasó por la cabeza!. Yo quería contar las historias, salir a la calle. Siempre supe que quería ser reportera en la calle. No me imaginaba sentada, y fui editora en algún momento pero siempre de tiempo parcial porque tenía que ir a la calle a entrevistar a la gente. Nunca me imaginé que pudiera ser famosa. Alguna vez mi ex marido, cuando tenía como 28 años, me dijo tú vas a ser famosa algún día y yo me reía a carcajadas.

–Periodista, escritora, activista social, defensora de los derechos humanos... ¿está cómoda con las etiquetas? ¿Es mucha responsabilidad?

-Las etiquetas me dan un poco lo mismo. Cuando me piden que me defina, pienso cómo hacemos las personas. Somos muchas personas. Con mis amistades me voy a bailar salsa, me tomo unos tequilas, me río, digo tonterías. Me voy de compras. Me voy a la playa, me distraigo por completo, me voy a bucear... y luego me pongo super seria y me voy con mis amigas académicas. Tenemos muchos mundos interiores, por eso las etiquetas me dan igual. Hago lo que me da la gana con mi vida. Estoy contenta con la vida que he tenido, aunque hay una parte de sufrimiento que me ha marcado, porque he tomado decisiones para ser quién soy, para defender mi autonomía intelectual, ideológica, emocional y eso me hace feliz.

–¿Se esperaba tanto reconocimiento a su labor periodística y de defensa de los derechos humanos?

–Confieso que cuando me dan un premio pienso por qué. Es como cuando termino un libro, acabo de entregar uno hace dos meses, y cuando se lo entrego a mis editores pienso "y yo qué hago escribiendo libros". ¡Y es el libro número 19! Siempre tengo esta sensación de inseguridad. Con los premios me pasa igual, porque creo que hay muchos periodistas que se lo merecen. Los reconocimientos más allá de alimentar una parte de satisfacción laboral, es una forma de protección, es recordarle al poder que ahí estamos y que también represento a muchas mujeres y muchas periodistas, y no nos vamos a callar.

–Comenta que acaba de entregar un libro a sus editores, ¿qué tiene entre manos ahora profesionalmente?

–Estoy haciendo dos investigaciones, una que será mi primer libro 100% español. Es un libro de entrevistas con puras jovencitas españolas. Estoy muy ilusionada, saldrá el año que entra. También estoy con una investigación de largo aliento sobre pederastia en Europa.

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