Guns N'Roses

Pirotecnia y flores de invernadero

  • Guns N'Roses brindaron en la noche del martes un grandioso espectáculo a los 43.000 espectadores que llenaron por completo el estadio Benito Villamarín

Axl Rose

Axl Rose / Alex Martínez

Anoche se reunieron 43.000 espectadores en el estadio Benito Villamarín para presenciar un concierto de rock espectacular. Pero inofensivo. Guns N’Roses ofrecieron fuegos artificiales y hermosísimas flores de un color rojo intensísimo; pero sus pistolas no nos volaron la cabeza ni sus rosas tenían espinas con las que pincharnos la carne y muchísimo menos el alma. ¿Quiere eso decir que fue un mal concierto? De ninguna manera. El concierto fue deslumbrante, atronador, imponente, de la misma forma en que lo son también los fuegos artificiales que cierran la feria; como con ellos, merece la pena pasar todas las incomodidades y apreturas que se presenten para estar allí y quedarse con la boca abierta ante algo tan impresionante y soberbio, aunque sepamos que todo es también artificioso.

Si lo de anoche hubiese sido rock crudo y verdadero, las hordas que llenaron el estadio hubiesen hecho temblar sus cimientos, hubiesen respondido en una forma similar a como lo hicieron en aquel concierto que dieron los gunners hace treinta años allí mismo; pero anoche la masa de público solamente hizo amagos de rebosar vida cuando sus impulsos le llevaban a responder sobre lo más conocido que venía del escenario; así cuando reconocieron los primeros acordes de Welcome to the Jungle, la quinta de las canciones, se arremolinaron, alzaron los brazos, gritaron, pero todo eso duró unos pocos segundos; ni siquiera el primer gran solo de Slash en lo que llevábamos de concierto, consiguió mantener el ánimo arriba. Un par de canciones más tarde, cuando la noche comenzaba a cerrarse, las voces del público atronaron junto a Axl Rose cuando comenzó a cantar el Back in Black de AC/DC y las luces de los teléfonos móviles comenzaron a relucir, para apagarse al minuto siguiente; el mar de puntos blancos resucitó junto al clamor de las gargantas que reconocieron Live and Let Die para sucumbir de nuevo enseguida y apenas se mantuvieron los saltos en la parte más rápida de la canción. El entusiasmo duró más con el mito, Sweet Child o’Mine, desatando incluso las voces de todos al terminar, oe oe oeeee, con el escenario totalmente negro para mostrar al volverse a iluminar cómo habían colocado en su parte frontal un piano de cola para que Axl se luciese cantando November Rain mientras lo tocaba. Y solo quedaba ya el último momento clamoroso de la noche, que a Slash le costó arrancárselo a la gente, porque las notas que desgranó con su guitarra de doble mástil de la canción Only Women Bleed de Alice Cooper pasaron desapercibidas, hasta que empezaron a ser reconocibles las de Knockin’ on Heaven´s Door. El segundo solo que Slash hizo en ella, intensísimo, consiguió mantener el rebufo para terminar el set con Nightrain sin perder potencia. Ya solo quedaban los bises.

Slash Slash

Slash / Alex Martínez

Pero hasta llegar ahí quedaron atrás muchas cosas que remarcar. Quince minutos después de la hora prevista comenzó a sonar It’s so easy, seguida de Mr. Brownstone, dos canciones de su primer disco, Appetite for Destruction, que fueron las mismas con las que abrieron su concierto de 1992. Siguieron Chinese Democracy y Slither, una canción que en realidad es de Velvet Revolver, la banda paralela que tenían Slash y el bajista Duff McKagan. Cuatro canciones para que Slash calentase los dedos y explotase definitivamente, tras una pequeña intro con el Rumble de Link Wray, en Welcome to the Jungle. A partir de ahí fue un torbellino que sudó tanto la camiseta blanca estampada con la cara de Smiley que llevaba, que para cuando estaba tocando Estranged ya se había vuelto transparente de lo mojada que estaba; aún así la vistió durante las casi tres horas que duró el concierto, no haciendo como Axl, que se cambió varias veces. Le vino muy bien a Slash que la canción fuese una balada para poder tomarse un respiro, porque además aquí el protagonismo no es de su guitarra, sino del piano de Dizzy Reed, que dejó un hermosísimo solo. El otro teclado, el de Melissa Reese, pasó tan desapercibido durante toda la noche que solo recordábamos que estaba allí cuando las cámaras la enfocaban y aparecía un plano suyo en las pantallas que flanqueaban el escenario.

Sobre Axl Rose hubo consenso entre la gente que escuché a la hora de apreciar que solventó la papeleta de cantante mucho mejor cuando vino al frente de AC/DC que esta noche, a pesar de que entonces vino muy mermado físicamente y hoy incluso estuvo dando carreras de vez en cuando por el escenario. En bastantes canciones su peso vocal apenas tuvo importancia comparado con el instrumental de Slash, siendo una de las piezas paradigmáticas de ello Double Talkin’ Jive, con kilos de oro en los dedos de este y gramos de plomo en la voz de aquel. En Rocket Queen el protagonismo guitarrero lo tomó Richard Fortus, comenzándola en primer plano, en medio del escenario y suyo fue también el primer solo de la canción, al que siguió otro de Slash lleno de efectos, antes de encadenarla con Reckless Life, una canción que no tocaban en directo desde la gira de Use Your Ilussion que les trajo a nuestra ciudad la primera vez. Se avecinaban algunos de los momentos más singulares de la noche: Slash presentó a Duff, que tras saludarnos a voz en grito con un buenas noches, motherfuckeeeers, se adueñó del micrófono para ser la voz solista en una versión de I Wanna Be Your Dog, más cercana a una interpretación de fiesta de instituto que a un homenaje a los Stooges, porque es una canción que debe derramar lascivia cuando se escupe, más que se entona; poco después, dejando atrás Hard Skool, Slash esbozó unas líneas del Machine Gun de Hendrix mientras una enorme bandera de Ucrania aparecía en la pantalla central, para unirse a las dos banderas reales que había a los lados del escenario, y toda la banda dedicarle a ese país la interpretación de Civil War, en uno de los momentos con más magia de la noche; también aquí usó Slash la guitarra de dos mástiles. Después de esto Axl fue presentando a todos los músicos, parándose en Slash, que se recreó durante muchos minutos con una versión del Born Under the Bad Sign de Albert King que en realidad fue todo un solo megalómano, apoyado sola y discretamente por la batería de Frank Ferrer. Los gritos enfervorecidos que provocó en la gente se redoblaron cuando ese solo desembocó en Sweet Child o’Mine.

Los bises se iniciaron con Coma sin que el público se enganchase a él. Aún así fue entonces cuando llegó el momento más bello del concierto; tras un fundido en negro, aparecieron Richard, Duff y Slash sentados en los escalones que llevaban a la tarima de la batería, con sendas guitarras acústicas cada uno de ellos, para brindarnos una dulce versión instrumental del Blackbird de los Beatles, que sirvió de intro a la interpretación, igualmente dulce de Patience, iniciada con los silbidos de Axl. Se fueron uniendo los otros tres mientras Duff y Richard iban también recuperando sus instrumentos eléctricos, dejando solo en unplugged a Slash, que aún así logró sobresalir por encima de todos con un solo acústico magistral, basado en el Wichita Lineman de Jimmy Webb. Pero un final absoluto de concierto no puede ser tan sutil, sino que debe ser atronador, y por eso eligieron una You’re crazy mucho más enloquecida de como la grabaron en su primer disco, y Paradise City, familiar a todo el público, que se vino arriba por última vez, sobre todo cuando la aceleraron en un empujón final que nos transportó a esa ciudad paradisiaca donde la hierba es verde y las chicas hermosas. Solo quedaba la despedida final de todos juntos y abrazados, con Axl envuelto ya en su bata azul de andar por casa y Slash retirándose mientras lanzaba a las primeras filas todas las púas de guitarra que le habían sobrado.

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