David de Miranda, el invitado inesperado que desordenó la fiesta de Morante en La Línea

El torero de Trigueros, anunciado apenas 48 horas antes del festejo, corta cuatro orejas en una corrida con sabor berlanguiano y toros de presentación indecente

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David de Miranda pone al público de La Línea en pie durante una faena de valor bajo los tendidos de sol.
David de Miranda pone al público de La Línea en pie durante una faena de valor bajo los tendidos de sol. / Erasmo Fenoy

Lo que sucedió en La Línea de la Concepción tuvo más de guion de Azcona que de cartelería seria. Una de esas historias que podrían haber empezado con un redoble de tambor y un plano general en sepia: el coche fúnebre, el alcalde, la banda y el pobre en la cabecera de la mesa. Pero esta vez no era Plácido el protagonista, sino David de Miranda, torero de Trigueros, al que sentaron en la fiesta de los grandes cuando ya estaban servidos los entremeses.

La sustitución era cantada desde hacía semanas: Marco Pérez, el niño prodigio, seguía sin poderse abrochar el fajín tras la fisura de cadera que se hizo en Alicante. Pero el empresario, Curro Duarte, alargó el suspense hasta el miércoles por la mañana, tal vez para mantener el runrún de taquilla y colocar las entradas de sol. Hubo quien pidió que el hueco fuera para Borja Jiménez, que el año pasado se encerró con seis Victorinos en esta misma plaza y salió a hombros como un general de vuelta de África. Pero Jiménez cuesta más. Y el dinero, como el ganado, no siempre embiste. Así que vino De Miranda, que cobra algo más que el mínimo pero menos que los que salen en los carteles con las letras grandes.

Y el muchacho, que debutaba en La Línea, hizo más que cumplir: desordenó la ceremonia. Rompió el protocolo de una tarde que parecía escrita. Salió su primero —por decir algo—: un animal de San Pelayo llamado Botinero, toro sólo en el programa de mano. Anovillado, brocho, feo y escandalosamente afeitado, como casi todos sus hermanos de camada. Más que una corrida, aquello parecía una salida escolar de la ganadería, de esas que acaban en capeas con sangría. Que el Arenal no es Las Ventas ni la Maestranza, lo sabemos. Pero hasta el tercer escalón hay códigos que respetar.

Botinero no se dejó parar. Se rajó a la primera y convirtió el ruedo en un correcalles, del que sólo salió airoso, y con temple, el banderillero Fernando Sánchez. Ese sí que tiene valor. Entero. Como el Peñón. El público estaba entre el susto y el bostezo cuando De Miranda se fue a los terrenos de chiqueros. Brindó al tendido y empezó una faena con más corazón que plan, más riesgo que academia. Toreó sin moverse de una baldosa, encadenando circulares, manoletinas... una faena que era más un carrusel que una liturgia. La plaza rugía: “¡Sigue, sigue!”, como si animaran a un niño que da vueltas en el tiovivo y no quiere bajarse.

Lo mató y le dieron las dos orejas. Con razón. Si no se llevó también una cornada fue porque el pobre Botinero no tenía con qué. Eso también hay que decirlo. Cuando paseó el premio no había figuras en el palco, porque ya se habían levantado a merendar, en un gesto de torpeza institucional.

Después de eso, regresaron las autoridades. A tiempo para el jamón, pero no para la ovación.

Y entonces, ocurrió algo extraño. Salió Morante.

Gesto de decepción de Morante de la Puebla al despedirse de La Línea. Hoy no pudo ser.
Gesto de decepción de Morante de la Puebla al despedirse de La Línea. Hoy no pudo ser. / Erasmo Fenoy

El de La Puebla había tenido que tragar con un primero inválido, apenas una raspa. Pero el cuarto —otro San Pelayo de presentación triste, aunque algo más hecho— le permitió una rendija. Lo picaron mal, con exceso y equívoco. La lidia fue un desorden. Pero ahí, justo donde De Miranda había toreado frente a los carteles anunciadores de la Diputación de Cádiz, en la meseta de toriles, Morante eligió la simetría: se puso bajo la presidencia. Geometría del toreo. Y empezó la música: La Virgen de la Macarena, como si en vez de una faena comenzara una confesión.

Dos cambios de mano. Una serie de naturales como palomas que levantan el vuelo. Los molinetes. La cadencia. La belleza sin alardes. Toreó con ese aire de quien le reza bajito a una virgen que sólo escucha a los toreros. ¿Y a quién le contará sus penas Morante cuando nadie lo ve? Quién sabe. Pero esa media docena de muletazos ante un toro vulgar —vulgar hasta el tuétano— fueron como sacar agua de una piedra. Mató bien, pero tardó con el descabello. Ovación sin premio. Y aún así, algunos ya podían irse tranquilos: habían visto torear.

Molinetes, adornos y prodigios de Morante en La Línea durante la lidia del cuarto.
Molinetes, adornos y prodigios de Morante en La Línea durante la lidia del cuarto. / Erasmo Fenoy

Talavante, mientras tanto, parecía jugar en otra liga, o en otro tiempo. Con su primero, noble pero descastado, tardó demasiado en confiarse. Varias tandas de naturales, de esas que se dejan ver. Pero todo a medio gas. Mal con la espada. Al quinto, de El Capea, le cortó una oreja que nadie sabe bien por qué cayó. La emoción mínima. Pero la presidencia, que se había quedado con hambre de trofeos, se la dio. Como quien lanza un mendrugo.

Lo mejor de Talavante: su recibo por bajo al quinto del Capea, al que le cortó una oreja.
Lo mejor de Talavante: su recibo por bajo al quinto del Capea, al que le cortó una oreja. / Erasmo Fenoy

Y llegó el sexto, Platillo, que por fin parecía toro. Un Murube con hechuras, que De Miranda recibió con unos delantales que parecían bordados a mano. Luego vinieron las espaldinas a lo Miguelín, el guiño a la historia reciente de Algeciras, a ese Galván que dejó huella hace semanas. De nuevo el par de Fernando Sánchez, otra vez la plaza en pie. El viento de poniente arreciaba y el torero, quieto. Faena desigual, más de emoción que de pureza, pero rematada con una estocada certera. Y la petición de rabo, por si alguien no había entendido de quién era la tarde.

El rabo no lo dieron. Pero las dos orejas sí. Y la ovación. Y la gloria.

David de Miranda, el invitado de última hora, el que no estaba en los manteles, acabó por presidir la cena.

David de Miranda sale a hombros de la plaza de toros del Arenal tras cortar cuatro orejas y armar un lío.
David de Miranda sale a hombros de la plaza de toros del Arenal tras cortar cuatro orejas y armar un lío. / Erasmo Fenoy

Apunte final

Tal era la expectación por ver a Morante que las colas para entrar al Arenal empezaron media hora antes del paseíllo. Él llegó en carruaje, como los reyes antiguos. Talavante y De Miranda lo hicieron en furgoneta. Todos se marcharon al hotel tras tres horas largas de festejo. Pero sólo uno se fue con cuatro orejas en el esportón.

Ficha del festejo

Feria de La Línea de la Concepción. Primer festejo del abono. Algo más de tres cuartos de plaza. Tarde calurosa con brisa de poniente que fue arreciando conforme avanzaba la tarde. Toros de San Pelayo (1º, 2º, 3º y 4º) y El Capea (5º y 6º), de encaste Murube, feos y mal presentados, anovillados, sobre todo los tres primeros. Sólo el sexto parecía un toro. Ovacionados en el arrastre, segundo, tercero y sexto. José Antonio Morante de la Puebla, de gris perla y oro, ovación y ovación tras dos avisos; Alejandro Talavante, de nazareno y oro, ovación tras aviso y oreja; David de Miranda, que debutaba en esta plaza, de grana y oro, dos orejas tras aviso y dos orejas. Sensacional tarde del banderillero Fernando Sánchez. Destacados también Curro Javier y Fernando Pereira.

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